"Deléitate en el Señor, y el te concederá los deseos de tu Corazón". Salmo 37:4

viernes, 22 de noviembre de 2013

Personas Dificiles

Él levanta del polvo al pobre y saca del muladar al necesitado; los hace sentarse con príncipes, con los príncipes de su pueblo. (Salmo 113:7-8)

 Alguna vez te has topado con alguien que todos consideran “una persona difícil”? Quizá se trate de una persona que no acepta consejos, que siempre está con el ceño fruncido cuando todos los demás se ríen y que, por lo general, ve tan solo el lado oscuro de las cosas.

Las personas difíciles abundan, y la mayoría de ellas declaran que tienen razones válidas para ser como son. Las encontramos de todas las edades y sexos, incluso de las distintas clases sociales. Su manera de ser es quizá una “trinchera” para protegerse del mundo, un mecanismo para ocultar el posible dolor que encierran en su interior y que no desean mostrar. Por otro lado, muchas son personas que consideran que se debe luchar con denuedo para alcanzar cualquier meta.

Esas personas “difíciles” quizá tienen una gran necesidad de ayuda emocional y espiritual y no se atreven a pedirla. Consideran que, de hacerlo, se mostrarían vulnerables frente a los demás y perderían su fuerza o prestigio. Es posible que en las etapas primarias de la vida hayan sido maltratadas física o verbalmente.

Temen actuar en forma sensible o simpática. Se amilanan ante el rechazo, y quizá por eso jamás demuestran el amor que Dios puso en ellas.

Su necesidad más urgente consiste en reconciliarse con Dios, con ellas mismas y con los demás. De hecho, el Señor podría usarte para que seas un canal por el cual fluya el perdón a las vidas de esas personas. Acércate a ellas, y ojalá que puedan sentir a través de ti la caricia de Dios. Recuerda el consejo: “Levanta del polvo al desvalido y saca del basurero al pobre para sentarlos en medio de príncipes” (1 Sam. 2:8). Si aceptas ese desafío, serás como la mano de Dios que se extiende para sanar e impartir una nueva expectativa de vida.

Amiga, hoy piensa en alguien a quien puedas prestar tu ayuda. Permite asimismo que el Señor te utilice como un instrumento de sanidad. Al hacerlo, solicita su dirección para obrar con tacto y con el amor de Cristo. Quizás antes de obrar debes orar y ayunar por esa persona o personas. Que tu pensamiento sea: “Voy ahora a levantarme, y pondré a salvo a los oprimidos” (Sal. 12:5).

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