"Deléitate en el Señor, y el te concederá los deseos de tu Corazón". Salmo 37:4

lunes, 13 de enero de 2014

Amistad verdadera

“Todo lo que pidiereis en oración creyendo, lo recibiréis”. Mateo 21:22

En 1986 servíamos en Corpus Christi, Paraguay. Esa iglesia atravesaba serias dificultades y nos necesitaba. La casa que nos tocó habitar no estaba terminada. Era de madera, sin cielo raso ni vidrios en las aberturas. El baño estaba a 30 m de la casa, y la “ducha” era un balde que llenábamos de agua e izábamos para que la derramase. A pesar de estas incomodidades, éramos privilegiados, pues teníamos un pozo de agua en nuestro propio patio. Si bien el agua que obteníamos era poca y sucia, con ella suplíamos todas nuestras necesidades de alimentación e higiene.

Lo que más me preocupaba era quedarme sola con las niñas. Los viajes de mi esposo eran de varios días y no tenía noticias de él hasta su regreso.

Cuando llovía, los caminos eran bloqueados por el ejército para que no se tornaran intransitables. No teníamos electricidad, y las únicas fuentes de luz eran las velas y un candil conectado a una garrafa. Para un lugareño ese modo de vivir era normal, pero para mí fue una experiencia muy difícil.

Para atender mejor a las iglesias alejadas, compramos un pequeño Volkswagen.

Era fuerte y útil para circular en el barro. Un día, mi esposo partió cuando las nubes anunciaban lluvia. Después de una hora de haber salido, comenzó a llover torrencialmente. El no quiso regresar ni detenerse.

De repente, el auto cayó en un pozo profundo, lleno de agua. Aceleró para salir, pero el motor no tuvo fuerza y se fundió.

En casa, yo no sabía lo que estaba pasando, pero al ver que la lluvia arreciaba, recurrí a Dios en oración suplicándole que cuidara de mi esposo.

A través de estas conversaciones con mi Dios, desarrollé una profunda amistad con él y me sentía más segura y tranquila. Una vez más, el Dios de lo imposible actuó de forma milagrosa: el único ómnibus que pasó por el lugar remolcó el coche hasta la ciudad donde vivíamos.

Después de luchar mucho, mi esposo llegó a casa sano y salvo. Estaba completamente embarrado, el motor del coche fundido, pero con vida y agradecido a Dios porque lo había cuidado. El Señor había oído mi súplica.

¡Gracias, Padre, por ser nuestro amigo y velar por nosotros constantemente!

Nancy R. Wabeke de dos Santos, Bolivia

 

DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014

DE MUJER A MUJER

Recopilado por: Pilar Calle de Henger

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