"Deléitate en el Señor, y el te concederá los deseos de tu Corazón". Salmo 37:4

miércoles, 5 de marzo de 2014

El poder de la oración

“Con mi voz clamé a Jehová, y El me respondió desde su monte santo”. Salmo 3:4

Eran las 3:30. Fuertes golpes en la puerta de casa interrumpieron mi sueño. Me desperté sobresaltada. ¿Quién sería a esa hora? Los golpes seguía, acompañados de una voz que pedía ayuda: “¡Pastor, pastor, ayúdenos por favor!” Los golpes y las voces eran insistentes. Yo no sabía qué Hacer. Hacía tres días que mi esposo había salido para visitar algunas iglesias de comunidades nativas de la ciudad de Yurimaguas. Solo estaba acompañada de mi hijo menor, de ocho meses.

En ese momento clamé: “¡Señor, dime qué debo hacer!” Entonces sentí que una voz me dijo: “Hija, no temas», abre la puerta”. Con temor abrí la puerta, e inmediatamente entraron en casa. Eran dos hombres. Los miré rápidamente, reconociendo al más joven, que se había bautizado hacía poco. El hombre mayor dijo: “Disculpe por venir a esta hora, pero mi hijo está enfermo. Hace varias noches que no duerme; le han dado medicamentos pero no le hacen nada. Esta noche ha empeorado”.

El joven se quejaba mucho, y dijo varias veces: “Hermana, me muero, me voy a morir”. Mientras él hablaba yo oraba mentalmente a Dios, pero me parecía extraño. Aquel joven hablaba, pero tenía una mirada vaga y el rostro desencajado. Empeoraba rápidamente y gritaba cada vez más fuerte, hasta que se dejó caer en el pis<o diciendo: “Me muero”.

Le pedí a Dios que me iluminara.. Con el padre acostamos al muchacho en una manta, en el piso. Temblaba y no dejaba de decir: “Me muero”. Entonces, lo tomé de los brazos y con firmeza le dije: “¡Tú no vas a morir! ¿Crees en Dios?” Respondió «que sí. “Jesús perdonó tus pecados y murió por ti”. Nos arrodillamos con «el padre, que no era creyente, pero me acompañó en la oración. Oré fervientemente y le pedí a Dios que le quitara ese extraño mal. Cuando terminé de orar, el joven se quedó dormido. Después de veinte minutos despertó muy lúcido. Agradecidos, padre e hijo regresaron a su casa.

Después de cinco años volví a ver al aquel joven transformado, y gran gozo me dio saber que su padre había aceptado a Dios, porque pudo ver el poder divino en la vida de su hijo.

Amiga, no estás sola. El poder del Espíritu Santo obra en la vida de quienes oran fervientemente.

Dancy González de Goñi, Perú

DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014

DE MUJER A MUJER

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