martes, 6 de agosto de 2013

Yo Soy Jehova tu Dios...

Hablo Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehova tu Dios, que te saque de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mi. 
(Éxodo 20: 1; 3).

Hace cuatro mil años, en el monte Sinai, Dios dio a la humanidad una edición verbal de su eterna ley, los Diez Mandamientos. No solo era la expresión de su inmutable voluntad; era una revelación de su carácter divino. Y, para todos los que la reciben como tal, contiene su promesa de restauración y redención.
No obstante, por milenios los hombres han temblado al pensar en Dios y han visto a los Diez Mandamientos como advertencias negativas de una Deidad airada.
De ese modo, la Ley ha sido enfocada como un severo deber impuesto a la humanidad en vez de ser considerada como un mensaje positivo de liberación y restauración de parte de un Creador amante. Sin embargo, es nuestro privilegio decir como David: "Nunca jamas me olvidare de tus mandamientos, porque con ellos me has vivificado" (Salmos 119: 93).
Demos una nueva mirada a estos conocidos preceptos, con la conciencia de que en ellos se revela el corazon del Dios infinito y su promesa de realización para su pueblo. Podemos orar como lo hizo David: "Abre mis ojos, y mirare las maravillas de tu ley. Forastero soy yo en la tierra; no encubras de mi tus mandamientos" (vers. 18, 19)
El mejor lugar para comenzar es justamente antes de las declaraciones del Sinai, cuando Dios expreso su deseo de relacionarse con su pueblo. El dijo: "Os tome (de Egipto) sobre alas de águilas, y os he traído a mi" (Éxodo 19: 4). Este es el contexto en el cual mejor podemos entender a Dios cuando hablo "todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehova tu Dios, que te saque de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mi".
Dios se estaba volviendo a presentar ante su pueblo, no simplemente "vociferandoles" desde el cielo. Declaro que estaba tan profundamente  interesado en la vida de ellos que se comprometió activamente en su liberación de la esclavitud. Se sintió absolutamente seguro de que, si le permitían guiarlos, los conduciría tan bien que ya no sentían la necesidad de buscar orientación de ninguna otra fuente, esto es, de otros "dioses".

No es de extrañar que David haya aseverado:  "Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo" (Salmos 119: 165).
Dios les Bendiga Grandemente



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