lunes, 30 de septiembre de 2013

Llévanos de la Mano

Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará. Hará que tu justicia resplandezca como el alba. Salmo 37:5-6
En muchas ocasiones le he pedido en mis oraciones a Dios que tome mi mano y me conduzca por la senda de la vida sin tropezar. Otra de mis súplicas ha sido que, si caigo, no suelte mi mano, y que me levante con su poder. Me gustaría pensar que esa ha sido también tu experiencia.
Ir tomadas de la mano de Dios implica mucho más que aferramos a él cuando estamos en peligro, o cuando nos sentimos en total abandono. Significa estar dispuestas a tomar decisiones que giran en torno a él. Quiere decir que toda nuestra confianza está depositada en su voluntad, y que la aceptaremos aunque no esté de acuerdo con nuestras expectativas. La promesa de Dios se cumplirá en nosotras: “Pon en manos del Señor todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán” (Prov. 16:3).
Caminar tomadas de la mano de Dios es avanzar por fe, aunque el camino esté cubierto de tinieblas y no podamos ver cada detalle. Implica esperar pacientemente el cumplimiento de sus promesas, no según nuestro reloj, sino dentro del cronograma que ha fijado el dueño y señor del tiempo. La evangelista Cathy Lechner dijo al respecto: “Esperar pacientemente por una respuesta de Dios es un proceso, un maravilloso, amoroso, temeroso y difícil proceso. Aquel que va al valle de la paciencia no es la misma persona que sale del mismo”
El Señor ha dicho: “Marcharé al frente de ti, y allanaré las montañas; haré pedazos las puertas de bronce y cortaré los cerrojos de hierro. Te daré los tesoros de las tinieblas, y las riquezas guardadas en lugares secretos, para que sepas que yo soy el Señor, el Dios de Israel, que te llama por tu nombre” (Isa. 45:2-3).
Amiga, hoy te animo a que le pidas a Dios que te tome de la mano. Haz un pacto de fidelidad con él. La parte que te corresponde hacer es someterte al aceptar su voluntad en todo. Frente a los obstáculos, no te sueltes de la mano de tu Padre. Si tienes que subir montañas, apóyate en su brazo fuerte. Cuando no puedas ver, cierra los ojos y no dejes de marchar; cuando menos lo pienses estarás frente a las puertas de la Ciudad eterna. ¿Habrá acaso una mayor alegría que esa?

LECTURAS DEVOCIONALES PARA LA MUJER
ALIENTO PARA CADA DÍA
Por: Erna  Alvarado

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