viernes, 27 de septiembre de 2013

Sin Temor a la Muerte

                                                      Nos sentíamos como sentenciados a muerte.
Pero eso sucedió para que no confiáramos en nosotros mismos sino en Dios, que resucita a los muertos. Él nos libró y nos librará de tal peligro de muerte. 2 Corintios 1:9-10
El mismo día en que nacemos comienza nuestro viaje hacia la muerte. Suena pesimista dicho en estos términos, pero esta es una verdad que no podemos negar. Sin embargo, deberíamos preocuparnos más por nuestra forma de vida que por el día de nuestra muerte. De lo que sí debemos estar seguras, es que si sabemos vivir, enfrentaremos el momento de nuestra muerte en paz y con dignidad.
Aunque la muerte es consecuencia del pecado (Rom. 6:23), también es cierto que podemos vivir sin un constante temor a ella, ya que tenemos la maravillosa promesa de vida eterna en Cristo Jesús. Esta promesa se hizo realidad por medio del sacrificio que hizo Dios al entregar a su Hijo a una muerte en extremo ignominiosa, motivado por el amor incalculable que siente hacia sus criaturas.
Es cierto que vivimos rodeadas de dolor, enfermedades y violencia, y que nuestra vida se ve constantemente amenazada, pues cada minuto de la existencia es realmente un milagro. Aun así, Dios desea que experimentemos el gozo de la vida en este mundo, y que nos anticipemos a la felicidad eterna que nos espera en el Reino de los cielos cuando la muerte haya sido derrotada para siempre. El apóstol Juan describió ese gran suceso con las siguientes palabras esperanzadoras:
“Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (Apoc. 21:4).
Si hoy la desventura hace que temas por tu vida, o por la vida de alguno de tus seres queridos; si alguna enfermedad los ha afectado y sientes que sus vidas, o la tuya, se ven amenazadas, aférrate con toda tu fe a aquel que es la resurrección y la vida. Él te proveerá la paz para vivir y te dará fortaleza para aceptar su voluntad.
Amiga, hoy ha salido el sol y tú estás viva. ¡Alaba a Dios! Siente cada uno de los latidos de tu corazón, ¡y vuelve a alabarlo! Experimenta el ritmo cadencioso de tu respiración y exclama: “¡Gracias, Padre, por la maravillosa promesa de la vida eterna!”.

LECTURAS DEVOCIONALES PARA LA MUJER

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