Una disculpa no Necesaria
El que con lágrimas siembra, con regocijo cosecha. El que llorando esparce la semilla, cantando recoge sus gavillas. Salmo 126:5-6
¿Alguna vez has tenido que pedir perdón a alguien por haber llorado en su presencia? Estoy prácticamente segura de que muchas mujeres, e incluso hombres, se han visto impelidos a disculparse alguna vez por ello. Por alguna razón, creemos que hemos de hacerlo.
Pero yo me pregunto: ¿Por qué debemos pedir perdón cuando lloramos en público? El asunto es que muchos piensan que llorar es un acto de debilidad que pone en evidencia un deficiente estado emocional, y que es una muestra de vulnerabilidad.
Sin embargo, el llanto no solamente es un desahogo de emociones, sino que también puede ser una causa de buena salud. El hecho es que obtenemos salud integral cuando las lágrimas brotan de un corazón contrito por el pecado, en especial si las derramamos porque nos conmueve el sufrimiento ajeno, o quizá cuando desbordamos de alegría porque nos ha impactado la gracia de Dios. Por el contrario, cuando las lágrimas provienen de un orgullo herido, o de una soberbia agredida, podrían ser una fuente de trastornos físicos y mentales.
Amiga, cuando llores, trata de que sea por razones nobles, y no te preocupes por pedir perdón a nadie después. Llorar no constituye ninguna ofensa. ¡Deja que fluyan tus lágrimas cuando sea necesario, o cuando te lo pida tu ser! Dios las recibirá como un grato aroma. Las mismas constituirán muestras de tu salud mental, física y espiritual; no son ningún motivo para avergonzarse. La promesa del Señor es esta: “Dichosos los que lloran, porque serán consolados” (Mat. 5:4). ¿Quieres perderte el consuelo del Señor?
Jesucristo se unió al llanto de Marta y de María ante la muerte de Lázaro (Juan 11:34). Se conmovió al ver el pecado de Israel, y más aún porque conocía el resultado de las malas decisiones de su pueblo (Luc. 19:41). No creo que Jesús se haya ocultado para llorar, ni mucho menos que pidiera perdón por haber llorado.
A él no le avergonzaban unas lágrimas que expresaban amor al prójimo, angustia por la salvación del ser humano y tristeza por las consecuencias del pecado.
¡Maravilloso Jesús!
Pronto, en el eterno amanecer, cuando seamos transportadas al hogar celestial, no habrá más llanto, pues Dios “enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (Apoc. 21:4).
LECTURAS DEVOCIONALES PARA LA MUJER
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