domingo, 15 de diciembre de 2013

Cuando hablar resulta inútil

Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: [...] un tiempo para callar, y un tiempo para hablar. Eclesiastés 3:1, 7

 El habla es uno de los medios de comunicación más directos que existen. Por medio de las palabras habladas podemos expresar sentimientos, estados de ánimo, creencias e ideas. Se dice, y con razón, que “hablando se entiende la gente”.

Sin embargo, algunas veces hablar en exceso puede jugarnos malas pasadas, y no hablar lo suficiente puede constituir una injusticia. En la Biblia leemos un consejo del sabio que conviene tener siempre en cuenta: “El que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua” (Prov. 10:19).

Las palabras que proferimos se relacionan, la mayor parte de las veces, con lo que tenemos en mente. Decimos lo que pensamos, por eso resulta tan necesario examinar y revisar bien lo que vamos a decir antes de abrir la boca. Si esa revisión previa nos aconseja callar, será mejor “mordernos la lengua” que ir en contra de nuestra propia prudencia.

Por otro lado, mediante las palabras mucha gente disfraza y oculta lo que realmente piensa. Quizá adulan y lisonjean cuando en realidad abrigan sentimientos de animadversión u odio. La lisonja también la pueden usar egoístamente mientras ensalzan las supuestas virtudes que alguien posee, con el fin de sacar algún provecho personal. Pero la peor manera de usar las palabras es extender un rumor, un chisme o una verdad a medias respecto a una persona o suceso. Quienes así actúan, no se dan cuenta de que, mientras afectan la reputación de otra persona, también están destruyendo la suya propia. En la Biblia se describe la calidad humana de dichas personas: “Afilan su lengua cual lengua de serpiente; ¡veneno de víbora hay en sus labios!” (Sal. 140:3). ¿Puede acaso haber una categoría de personas peor que esa?

Mi querida hermana y amiga, recordemos que el don de hablar bien es algo que se puede cultivar con la ayuda de Dios. Es un fruto espiritual que debería adornar el carácter de toda mujer cristiana.

Pidamos al Señor que cada vez que nuestros labios se abran, puedan expresar palabras edificantes y de bendición. El escritor estadounidense Ernest Hemingway dijo en cierta ocasión: “Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”. No podía haber estado más atinado.

LECTURAS DEVOCIONALES PARA LA MUJER

ALIENTO PARA CADA DÍA

Por: Erna  Alvarado

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