jueves, 5 de diciembre de 2013

Todas necesitamos gente cercana

El Señor está cerca de quienes lo invocan, de quienes lo invocan en verdad. Cumple los deseos de quienes le temen; atiende a su clamor y los salva. Salmo 145:18

 Dentro de la gama de necesidades básicas del ser humano, se encuentra la intimidad con nuestros seres queridos. Todos, incluso los más dados a la soledad, deseamos en algún momento de nuestras vidas relacionarnos con nuestros semejantes, encontrar en ellos apoyo y consuelo, y volcar en ellos nuestra capacidad de amor y de ayudar.

El Creador ha dotado a los seres humanos del anhelo de compañía íntima.

Desde el principio dijo: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (Gén. 2:18). Adán y Eva tenían una relación íntima entre ellos y también con su Creador. Dice Elena de White: “Con frecuencia, cuando caminaban por el jardín ‘al aire del día’, oían la voz de Dios y gozaban de la comunicación personal con el Eterno” (La educación, cap. 2, p. 20).

Fue el pecado el detonante que motivó la separación del hombre de Dios y, por ende, de sus semejantes. A pesar de todo ello, Dios anhela ser nuestro compañero inseparable, especialmente de aquellos que han sido abandonados o despreciados por sus allegados y conocidos. Al desarrollar una intimidad con Dios, estaremos asimismo en condiciones de brindar intimidad a quienes la necesitan y anhelan.

Sin embargo, hay algunos factores externos que podríamos llamar “ladrones de intimidad”. Uno de ellos lo constituyen las innumerables ocupaciones que no nos dejan tiempo para estar con Dios y con los nuestros. Las relaciones íntimas se construyen sobre una base de tiempo compartido. En una relación íntima, se intercambian emociones y sentimientos; aunque muchos, debido a la crianza o al temperamento, tengamos dificultades para hacerlo.

Hoy es un buen día para que nos acerquemos a todos aquellos que creemos que se han ido distanciando poco a poco de nosotras. El mejor lugar para comenzar es nuestro propio hogar. El ánimo apagado del padre, del esposo, del hijo o del hermano solitario, no ha de pasarnos desapercibido; quizá anhela el tierno abrazo de una madre, o de una amiga. ¿Saldrás a su encuentro con los brazos abiertos?

Sobre todo, aparta tiempo para intimar con Dios. Esta es una necesidad que no vas a poder satisfacer con nada ni con nadie, únicamente con él. En su compañía encontrarás consuelo y consejo; ¡él te dará su paz y su fortaleza!

LECTURAS DEVOCIONALES PARA LA MUJER

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