Dios sana el cuerpo y el alma
“No seas sabio en tu opinión; teme a Jehová, y apártate del mal; porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para tus huesos Proverbios 3:7.
Muchas veces pensamos que la felicidad está hecha de pequeños momentos de satisfacción y alegría, pero que la plenitud de ese estado no existe. Nos cuesta aceptar que cuando afrontamos una experiencia triste o difícil, podemos ser felices y agradecidas a la vida.
Antes de entender lo que es ser plenamente feliz, tuve que luchar durante cuatro años contra una enfermedad de raíces psiquiátricas muy fuerte. Cansada de sufrir, un día me dije a mi misma: “Dejaré mi enfermedad en manos del destino y algún día me curaré por completo”. A mi manera, le pedí a Dios que me quitara la enfermedad, pues traía mucho daño, depresión y malestar a mi vida.
A los 23 años llegué a Buenos Aires para hacer un posgrado y aprender a vivir sola. Mis tíos, que eran adventistas, me recibieron en su casa. Siempre con mente abierta escuchaba lo que ellos decían y los acompañaba de vez en cuando a la iglesia. Conocer su forma de vivir y enfrentar las situaciones de la vida, inmediatamente despertó interés en mí, y me di cuenta de que, milagrosamente, desde el día cuando pisé ese hogar mi enfermedad había desaparecido por completo. Esa sensación despertó mis sentidos y deseos de conocer mejor la Biblia. Estaba segura de que solo Dios podría haberme sanado de la enfermedad que me carcomía la mente y el alma.
De a poco y conforme iba aprendiendo, la sensación de felicidad plena envolvió mi vida entera. Sentí una paz enorme que me permitía enfrentar con otra óptica lo que tenía por delante. Siempre tuve momentos difíciles, y siempre los tendré, pero mi corazón está hoy del lado de Dios y tranquilo porque sé que siempre me dará fuerzas cuando más las necesite. Él así lo prometió.
Ahora sé que la felicidad existe. Haber entendido que Dios está a mi lado y sabe con qué propósito hace las cosas me da seguridad y felicidad espiritual, que ya no será derrumbada fácilmente. Ahora confío que hasta la tormenta más fuerte me permitirá ver un rayo de luz pues sé que “cuando el hombre cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano” (Sal. 37:24).
Lorena Pérez Reyes Beltrán, Perú
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014
DE MUJER A MUJER
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