lunes, 7 de abril de 2014

Un cielo sin diferencias

“Pero Zelofehad [...] no tuvo hijos sino hijas [...]. Estas vinieron delante del sacerdote Eleazar [...] y dijeron: Jehová mandó a Moisés que nos diese heredad entre nuestros hermanos. Y él les dio heredad entre los hermanos [...] conforme al dicho de Jehová”. Josué 17:3, 4.

Josué fue el único de mis hijos que no pudo estudiar en el Instituto Adventista del Uruguay. En esos años, no contaba con Orientación Científica, razón por la que lo enviamos a un colegio público. Por  supuesto, tuvimos que explicar las inasistencias de los sábados, y esto hizo que lo consideraran un alumno diferente.

Josué era estudioso, alegre y picaresco. Rápidamente se ganó el cariño de profesores y compañeros. Un día, el profesor de matemáticas les pidió que formaran grupos estables para hacer los trabajos de todas las asignaturas.

Los varones armaron grupos compactos donde no permitían que entraran las chicas. Había varios grupos de chicas, pero dos de ellas quedaron aisladas. Josué notó que les faltaba una persona para completar su grupo, y viendo a las dos chicas solas, las llamó. Naturalmente, los compañeros protestaron.

Josué, con una voz que no necesitaba megáfono, dijo: “Nuestro grupo necesita por lo menos una persona más, y yo veo a dos sin grupo. Por lo tanto, si estas chicas no pueden pertenecer al grupo, yo tampoco”.

El aula quedó en silencio. El profesor anunció que la selección de los grupos quedaba suspendida hasta que todos entregaran una hoja con las conclusiones que podían sacar de lo que había dicho el alumno Larrosa.

Para eso, hizo pasar al frente a Josué y repetir lo que acababa de decir.

Al día siguiente, leyeron las conclusiones y debatieron acerca de la igualdad de oportunidades y la discriminación. Quedó claro que las diferencias que adjudicamos a otros se deben más a nuestros prejuicios que a la incapacidad de los demás.

Cuando Josué compartió este incidente conmigo, me abrazó y me dijo: “Gracias, mamá, por enseñarme esto y porque lo sacaste de la Palabra de Dios”. Ese grupo se reunía en mi casa para estudiar y daba gusto escucharlos, compartir e involucrarse en sus conclusiones. La Palabra del Señor nos enseña a combatir todo prejuicio y discriminación.

Rosario Perdomo de Larrosa, Uruguay

DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014

DE MUJER A MUJER

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