viernes, 30 de mayo de 2014

Reflexión:



Aunque debemos dirigir al pecador a Jesús porque es el único que puede quitar el pecado, también debemos explicarle lo que es el pecado y hacerle sentir que debe cesar de transgredir la ley de Dios. Puede ser salvo de sus pecados, pero no en sus pecados. Muchos años después de la muerte de Cristo, Pablo pregunta: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (Romanos 7:7). 
De esta manera Pablo exalta la ley de Dios y muestra la sabiduría divina para ayudamos a detectar el pecado y descubrir los defectos de carácter moral. A la luz de la ley se ve la terrible deformidad del pecado.

La ley dada en el Sinaí es una copia de la mente y la voluntad del Dios infinito. Es reverenciada por los ángeles. La obediencia a sus requerimientos perfeccionará el carácter cristiano y, mediante Cristo, restaurará en el ser humano la condición que tenía antes de la caída. Los pecados prohibidos en la ley, no encontrarán cabida en el cielo.

Fue el amor de Dios por la raza humana lo que lo llevó a expresar su voluntad en el Decálogo. El pecado había oscurecido la percepción moral, y Dios descendió al Monte Sinaí para declarar su ley y escribirla en tablas de piedra. También expresó su amor por los seres humanos al enviar profetas y maestros para que les recordasen su ley.
Dios le ha dado al ser humano una regla completa de cómo vivir. Si la obedece, le dará vida mediante los méritos de Cristo. Si la desobedece, tiene poder para condenarlo. La ley lo lleva a Cristo, y Cristo le muestra nuevamente su ley (Review and Herald, 27 de septiembre de 1881).





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