lunes, 2 de junio de 2014

La verdadera belleza

“Pero el Señor le dijo a Samuel; – No te dejes impresionar por su apariencia, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón”. 1 Samuel 16:7, NVI

¿Habrá alguna mujer que no desee sentirse bella? A juzgar por la cantidad de productos de belleza que existen y salen a la venta, y la enormidad de procedimientos y técnicas para embellecer el rostro, el cabello y el cuerpo, podríamos suponer que muy pocas, si las hay.

Entonces, ¿qué es belleza?

El diccionario la define como “armonía física o artística que inspira placer y admiración”. Es la cualidad que hace que una cosa nos impresione en forma agradable no solamente a la vista, sino también al entendimiento y al espíritu. La belleza sugiere armonía, perfección, genuinidad. La verdadera hermosura, cuando es comprendida y apreciada, siempre despierta admiración y una elevada emoción, pero la belleza física sin un corazón tierno y amante es solo una “fachada”.

La Biblia registró la importancia que se le daba a la belleza en la antigüedad.

Ester fue elegida reina de Persia a causa de su belleza. Sara, la esposa de Abraham, deslumbró por su hermosura a los príncipes de Egipto y fue llevada a la casa de Faraón. Hoy se sobre valora tanto la belleza física que daría la impresión de que esa característica es la más importante y el único argumento para ser valiosa.

Sin embargo, hay otra belleza que deberíamos esforzarnos por alcanzar: “[...] el verdadero encanto de la femeneidad no se encuentra únicamente en la belleza de formas o rasgos, ni en la posesión de habilidades; sino en el espíritu humilde y tranquilo, en la paciencia, la generosidad, la bondad y la disposición para trabajar y sufrir por otros” (“Conducción del niño, p. 128). Hay una belleza que no se marchita con el paso de los años, y se encuentra en la buena voluntad, el optimismo, el amor desinteresado y el espíritu sano.

Querida amiga, una vida consagrada al servicio del Señor, y a aliviar las cargas de otros, llevará felicidad a los demás. Una mujer así, semejante a Jesús, es a los ojos de Dios mucho más grande y valiosa que solo una apariencia hermosa. Dios nos ayude para que hoy seamos “bellas” desde lo más profundo de nuestro corazón.


Nancy Gerber de Gordienko, Argentina




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