Rizpa, una viuda invencible
“Como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros”. Efesios 5:2.
Rizpa era una de las concubinas del rey Saúl y tuvo dos hijos con él. Un día recibió la terrible noticia de que Saúl había muerto. Inmediatamente supo que ella y sus hijos quedaban expuestos a la incertidumbre, al destierro y a la muerte. Seguramente, el corazón de Rizpa latió fuertemente cuando supo que era viuda. Miró a sus hijos, dos varones, y supo que tendría una tranquilidad relativa durante dos años más, hasta que David fue proclamado rey sobre todo Israel. Cuando esto sucedió, Rizpa pensó que había llegado su fin y el de sus hijos, pero pudo gozar de la benevolencia de David y ser testigo de luchas y triunfos, pecados y rebeldías y el temor de muchas mujeres de perder la vida por las conspiraciones de los que deseaban el trono. Pero todo pasó.
Una mañana escuchó el decreto que ordenaba que sus hijos fueran entregados a la justicia. ¿Cuál era el delito esta vez? Simplemente ser descendientes de Saúl, llevar su apellido, su sangre y su herencia. Con el corazón quebrantado, Rizpa hizo lo único que una viuda haría: no separarse de sus hijos ni en la vida ni en la muerte. Cuando vio la horca en el monte, sintió que no había nada que perder. La muerte le había arrebatado todo, ¿qué más había que cuidar?
Los cuerpos de sus hijos colgaban inertes. No le importaban a nadie, pero eran parte de su vida. Rizpa colocó una tela de cilicio en el lugar de la ejecución y espantaba las aves de rapiña y las bestias salvajes que querían devorar los cuerpos de los ejecutados. ¿Durmió? ¿Comió? ¿Bebió? No lo sabemos. Solo se destaca la enorme lucha para que sus hijos tuviesen al menos un entierro digno. David supo del dolor de Rizpa y de cómo cuidaba los cuerpos de sus hijos; entonces, conmovido, los hizo enterrar en una tumba familiar con Saúl y Jonatán.
Rizpa descansó de todo. Seguramente el dolor la acompañó hasta el final de sus días, pero descansó sabiendo que lo había dado todo: sin medida, sin reclamo, sin rencores. No elevó solicitudes, ni salió con letreros, solo expresó su amor. Quizás una locura de amor, pero ¿qué otra cosa habría hecho una mujer viuda e invencible como ella? Hizo lo que sabía hacer: amar.
Rita Álvarez Kemp de Brieva, Chile
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014
DE MUJER A MUJER
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