lunes, 19 de enero de 2015

Lazos y cuerdas de amor que se han roto


“Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor; fui para ellos como los que alzan el yugo de sobre su cerviz, y puse delante de ellos la comida. No volverá a tierra de Egipto, sino que el asirio mismo será su rey, porque no se quisieron convertir ” (Oseas 11:4, 5).

La Escritura compara el amor divino hacia sus hijos con el amor conyugal. En la profecía de Oseas esta relación toma tintes dramáticos porque el Señor, extrañamente, ordena al profeta: “Ve, toma por mujer a una prostituta y ten hijos de prostitución con ella, porque la tierra se prostituye apartándose de Jehová” (Ose. 1:2). La vida matrimonial de Oseas había de ilustrar el misterio de los designios de Dios con Israel. Tomó a Gomer por esposa, tuvo tres hijos varones con ella, pero su mujer le fue infiel marchando tras sus amantes y abandonando a su marido. El alma trastornada y agitada del profeta continuó, sin embargo, amándola y esperando que regresase al hogar. Así, el amor de Dios por su pueblo, la ternura paternal con sus hijos, protagonizados en su trágica experiencia personal, fueron el mensaje de conversión y esperanza dirigido a Israel.

En efecto, los sentimientos más íntimos del ser humano se expresan en el matrimonio y la vida familiar, pero esos lazos de ternura y cuerdas de amor se rompen con el divorcio. ¿De qué libera el divorcio y a qué precio? ¿Se puede hablar de divorcio real cuando existen hijos nacidos en el matrimonio? ¿Cómo, según la Palabra de Dios, podemos estabilizar las relaciones conyugales o prevenirlas? ¿Qué ayuda nos ofrece el Señor?

¡Qué desgracia! Todo un hermoso proyecto de vida se ha desmoronado. Jamás debemos olvidar que el divorcio ilustra en la Biblia la desdicha de la ruptura con Dios, que lo que él juntó no quiere que lo separe el hombre, que sobre el matrimonio cristiano reposa una bendición y bienaventuranza divinas y el don de la gracia santificante para conservarlo y fortalecerlo que podemos invocar, que el amor conyugal “es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, sino que se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser” (1 Cor. 13:4-8).

No olvides que hay un Dios en los cielos… cuando parece inevitable la ruptura conyugal; cuando los vínculos de amor parecen haber desaparecido; cuando tras el divorcio se siente frustración, soledad y fracaso personal; cuando mirando hacia atrás prevalecen la nostalgia, el sentimiento de culpa o el enojo.

DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2015

Pero hay un DIOS en los cielos…

Por: Carlos Puyol Buil

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