miércoles, 27 de noviembre de 2013

La hora del té

Su fe y sus obras actuaban conjuntamente, y su fe llegó a la perfección por las obras que hizo.

Así se cumplió la Escritura que dice: “Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia”, y fue llamado amigo de Dios. Como pueden ver, a una persona se le declara justa por las obras, y no solo por la fe. Santiago 2:22-24

 En algunas ciudades hay establecimientos donde la gente se reúne para compartir una taza de té. Los parroquianos acuden a ellos cuando desean pasar algunos momentos de intimidad con personas que aprecian. He visitado en varias ocasiones algunas de esas casas de té en compañía de mis hijas y de mi esposo. Cuando una acude a dichos lugares, sabe que beber una taza de té humeante no es la única razón para estar allí. Eso es apenas un pretexto para estar con alguien muy querido. En una tranquila y grata camaradería algunas personas pueden pasar más de una hora frente a su cálida bebida, sin que nada las mueva a la prisa. Obviamente, al salir de ese lugar se experimenta la grata impresión de que se ha pasado un tiempo en la mejor compañía, y eso es un alimento para el alma. Recordemos que las buenas amistades se edifican mediante francas conversaciones.

Cristo Jesús también anhela conversar en forma franca y sincera con nosotras por un buen rato, sin interrupciones y en privado. La prisa y la premura no están en sus planes. Está dispuesto a pasar todo el tiempo que sea necesario a nuestro lado. Cuando prolongamos nuestros encuentros con él y nos disponemos a escuchar su voz y a conocer su voluntad, nuestro amor mutuo se fortalece y aumenta.

Escuchamos la voz de Jesús que habla a nuestro corazón y podemos apropiarnos de sus maravillosas promesas.

Cuando disfrutamos de esa intimidad, reconocemos la gran importancia que él tiene en nuestra existencia. Nuestra vida de oración también queda revitalizada mientras recibimos la atención de alguien que nos ama con un amor incondicional.

Amiga, esta mañana, antes de que la rutina del día te atrape, apártate a un lugar tranquilo, abre la Santa Biblia y, en la quietud de la mañana, escucha la voz de Jesús. Coloca sin reservas tu voluntad a sus pies, inclina la cabeza, y en oración sincera permite que su dulce amor penetre en cada fibra de tu ser. ¿Acaso habrá un privilegio más grande que ser amiga de Jesús?

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