domingo, 9 de marzo de 2014

Adoni-Bezec

Entonces Adoni-bezec exclamó: “¡Setenta reyes, cortados los pulgares de las manos y los dedos gordos de los pies, recogían migajas debajo de mi mesa! ¡Ahora Dios me ha pagado con la misma moneda!”. Luego lo llevaron a Jerusalén, y allí murió. Jueces 1:7.

No creas que estás tan alto que nada ni nadie te puede alcanzar. Además, recuerda que Dios está (siempre) más alto de lo que estás tú. Josué descansó en el Señor. Al tiempo, también muere Eleazar. Los dos grandes líderes de esta etapa de la historia del pueblo de Israel ya no están. Aun así, el pueblo continúa buscando a Dios y consultándolo por cada paso que va a dar.

Dios da órdenes concretas, claras y precisas; Judá debe ser el primero en atacar a los cananeos que todavía faltaban derrotar. Es en este momento de la historia que aparece el rey Adoni-bezec. Un rey vencido en el campo de batalla, que intenta huir, que es alcanzado, tomado prisionero, y a quien le hacen lo mismo que él le había hecho con sus enemigos.

Las palabras de Cristo resuenan diciendo: “Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes” (Luc. 6:38). “Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes” (Mat. 7:12).

Imagina la escena que él mismo pinta sobre lo que había sido su vida. Setenta reyes -por pequeños que hayan sido, dueños de sus territorios, al menos- sin pulgares, para no poder volver a asir una lanza, y sin los dedos de los pies, para que no puedan correr, tratados como animales debajo de su mesa. Y ahora, él mismo en esa situación.

Más allá de lo brutal e inhumano que nos pueda parecer la acción concreta de cortarles los pulgares a los enemigos derrotados y hacerlos comer -como a perros- las migajas que caen de la mesa del vencedor, me gustaría recordarte la forma en que Dios te trata. Él, que es el Rey de reyes y Señor de señores, podría tratarte mucho peor que a un enemigo derrotado pero, en lugar de eso, te lleva a vivir en su palacio, te invita a comer con él en su mesa, te trata como a un hijo. Su misericordia no tiene límites.

Su amor no tiene igual.

365 vidas

Por: Milton Bentancor

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