«Pero el que guarda su palabra, en ese verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo».
1 Juan 2: 5, 6
Lección 2: Un reavivamiento de la espiritualidad lleva a un reavivamiento de la sencillez. Échame una mano, por favor. Habiendo vivido en una ciudad universitaria todos estos años, he oído los retos sinceros y francos que los jóvenes plantean a la comunidad de los elegidos. «Explíqueme, por favor, por qué, si un conjunto de cinco diamantes se mueve quince centímetros, el conjunto prohibido se vuelve aceptable». Y señalan desde el lóbulo de la oreja bajando unos centímetros hasta donde se prende un broche en un vestido. O: «Por favor, explíqueme cómo puede usted condenar aretes de cinco dólares mientras conduce un automóvil de cincuenta mil dólares o una casa móvil de ochenta mil». Está bien. Lo cierto es que la modestia es un arma de doble filo, ¿no? ¿No es un tanto incoherente imaginar a un Dios del universo que pudiera pedirnos sistemáticamente que abandonemos el adorno externo pero que no tenga nada que decir sobre casas que están muy por encima de nuestra posición económica o mucho más allá de nuestra necesidad personal?
Entonces, ¿qué pasa si todos decidimos vivir con la misma sencillez? Es más que casualidad que en dos coyunturas cruciales de la historia de los elegidos, la comunidad de fe escogiera la misma respuesta. El fugitivo Jacob vuelve a casa con una numerosa familia y con muchos rebaños. Dios le sale al encuentro en la frontera de la tierra prometida y lo llama a acudir a adorar en Betel, el sitio en el que vio hace tanto tiempo la escalera al cielo. Jacob convoca a su familia para comunicar el llamamiento divino y, como respuesta, entierran sus adornos debajo de una encina (Gén. 35: 1-4). Asombrosamente, los hijos de Israel dan una respuesta idéntica al pie del monte Sinaí tras su debacle moral. «Por eso, a partir del monte Horeb los israelitas no volvieron a ponerse joyas» (Éxo. 33: 6, NVI).
Cuando el Dios que inició ambos reavivamientos espirituales vino en persona a vivir entre nosotros —este Dios que, con derecho, podía llevar puesta toda gema y toda corona del universo—, encarnó el valor de la sencillez divina. En el momento de su muerte echaron a suertes la única túnica que poseía —ni casa, ni monedas, nada salvo una vida de sencillez modesta—. Profunda espiritualidad, radical sencillez: he ahí hoy el ejemplo de Jesús para ti y para mí. «Síganme por entero». ¡Con gratitud!
“El Sueño de Dios para Ti, Tú Eres el Elegido”
Por: Dwight K. Nelson