“Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el dar grandeza y poder a todos” (1 Crónicas 29:12).
En la Creación, Dios hizo todo “bueno en gran manera”. Le dio al hombre mucho más de lo que necesitaba para ser plenamente feliz; tanto su maravilloso cuerpo como la naturaleza que le rodeaba eran una manifestación del poder, de la gloria y del amor del Creador. Incluso después del pecado, la Providencia ha estado preservando al ser humano con infinita generosidad. Sin embargo, en el Edén, y después en esta tierra ensombrecida por el pecado, Dios no otorgó al hombre la propiedad de aquello de que dispone. Dios se reservó el título de propiedad. Adán era el administrador, tenía potestad, autoridad, como un mayordomo, pero no era suyo. Cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido, estaban actuando como si fueran dueños porque solo el propietario puede tomar libremente de lo que es suyo, el administrador debe estar autorizado y ¡Adán no lo estaba!
Muchos siglos después, al entregar a Salomón los planos del templo de Jerusalén y todo el oro que había guardado para su construcción, David pidió al pueblo que hiciera ofrenda voluntaria a Jehová y pronunció una plegaria de bendición donde reafirmó el fundamento de la mayordomía edénica: “Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Crón. 29:14).
Pero Dios ejerce como propietario dejándonos la libertad de obedecer o desobedecer sus órdenes. Tres pruebas hay de una fiel administración de los bienes de Dios: la consagración de la séptima parte de nuestro tiempo, el sábado; la devolución de la décima parte de los medios económicos que recibimos, el diezmo; y la liberalidad sistemática de ofrendas voluntarias de dinero, tiempo y talentos. Dios quiere que la mayordomía sea: una escuela en la formación del carácter erradicando el egoísmo, un testimonio sincero de confianza, gratitud, amor y fidelidad a Dios y una prueba de nuestra idoneidad para recibir un día las riquezas eternas del reino de los cielos.
No olvidemos que la mayordomía no es simplemente una cuestión de generosidad, sino también de honradez y, sobre todo, de amor, porque “es posible dar sin amar, pero es imposible amar sin dar”. Por eso Dios espera que “cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre” (2 Cor. 9:7).
Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2015
“Pero hay un Dios en los Cielos”
Por: Carlos Puyol Buil
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