“Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar” (Sal. 46:1, 2).
Nuestro pastor anunció que, en lugar de dar un sermón, esa mañana lo ayudaríamos y escribiríamos un salmo. Los diáconos distribuyeron papel y lápices. Luego de transcurrido un tiempo, juntaron los papeles y nos dieron los que habían escrito las personas sentadas en el otro extremo de la fila. Nos dijeron que si lo que leíamos nos parecía digno de mención, lo leyéramos en voz alta.
¡No podía creer el salmo que había recibido!
“Sufro mucho por el gran mal en este mundo, por la hermosa persona cristiana que ha sufrido en manos de una persona malvada. Quizás esa persona malvada o el dolor de esa persona sean tan grandes que deben causarle sufrimiento a alguien más. Señor, por favor, dale tu fuerza para soportar. Por favor, ven y termina con toda la maldad, para que quienes te aman, y todo lo que has creado, no tengan más temor. Ven, Señor Jesús; ven. Te estamos esperando”.
Parecía que el autor de aquel salmo me conocía perfectamente. Pero esta era una nueva iglesia para mí y nadie me conocía bien. Estaba abrumada. No leí en voz alta “mi” salmo. Nos dijeron que devolviéramos los salmos a los diáconos, pero yo me quedé con el mío.
¿Cómo podía alguien de aquella iglesia saber lo que turbaba mi corazón? ¿Era aquel un mensaje directo de Dios para mí? Verás, el 11 de enero de 1982, mi mundo se detuvo cuando me secuestraron a punta de navaja, me vendaron los ojos, y me violaron y sodomizaron, en un acto de violencia fortuito y sin sentido. ¿Cómo podía perdonar al perpetrador, si alguna vez sabía quién había sido? ¡No me parecía justo tener que ver su dolor! Mi dolor era tan intenso. Habían violado cada parte de mi cuerpo, y tenía tanto miedo…
El Salmo 46 siempre me ha dado consuelo. Abrí mi Biblia, pero por alguna razón terminé en Romanos 12:17 y 21: “No paguen a nadie mal por mal”. “No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien”.
Me convertí en consejera voluntaria y defensora judicial en un centro de crisis por violación, y encontré mi paz ayudando a otras mujeres en sus procesos de recuperación. Esa mañana, el Espíritu Santo impresionó a alguien a escribir lo que yo necesitaba escuchar desesperadamente: mi propio salmo personal.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA DAMAS 2018
BENDECIDA
Ardis Dick Stenbakken
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