“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).
Si permitimos que nuestra mente se espacie más en Cristo y en el mundo celestial, encontraremos un poderoso estímulo y un sostén para pelear las batallas del Señor. El orgullo y el amor del mundo perderán su poder mientras contemplamos las glorias de aquella tierra mejor que tan pronto ha de ser nuestro hogar. Frente a la hermosura de Cristo, todas las atracciones terrenales parecerán de poco valor.
Jesús será el auxiliador de todos los que ponen su confianza en él. Los que están relacionados con Cristo tienen la felicidad a su disposición. Siguen la senda por la cual los guía su Salvador, crucificando por causa de él la carne, con sus afectos y concupiscencias. Han edificado sus esperanzas en Cristo, y las tormentas de la tierra son impotentes para apartarlos del seguro fundamento (En los lugares celestiales, p. 200).
Si nos acercáramos a Jesús y procuráramos adornar nuestra profesión religiosa por medio de una vida bien ordenada y una conversación piadosa, nuestros pies serían guardados de desviarse hacia las sendas prohibidas. Si tan solo veláramos continuamente en oración, si hiciéramos todo lo que debemos hacer como si estuviéramos en la misma presencia de Dios, seríamos librados de rendirnos a la tentación, y podríamos ser guardados puros, sin mancha y sin contaminación hasta el fin.
Si nos mantenemos firmes hasta el fin y confiamos en él, todas nuestras sendas serían establecidas en Dios, y lo que fue iniciado por la gracia, será coronado de gloria en el reino de nuestro Dios. “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. Gálatas 5:22, 23. Si Cristo está en nosotros, crucificaremos la carne con sus afectos y concupiscencias (Testimonios acerca de conducta sexual, adulterio y divorcio, p. 120).
La vida del cristiano es una lucha. Pero “no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra dominadores de este mundo de tinieblas, contra malos espíritus de los aires» [Efesios 6:12). En este conflicto de la justicia contra la injusticia, solamente podemos tener éxito mediante la ayuda divina. Nuestra voluntad finita debe ser sometida a la voluntad del Infinito; la voluntad humana debe unirse a la divina. Esto traerá al Espíritu Santo en nuestra ayuda, y cada conquista tenderá a la recuperación de la posesión comprada por Dios, a la restauración de su imagen en el ser (Mensajes para los jóvenes, p. 38).