“Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne y les daré un corazón de carne” Ezequiel 11:19.
Después de haber esperado por largos minutos en la terminal de ómnibus, abordé la unidad que me llevaría a mi destino. Los momentos de espera me habían ayudado a observar a mí alrededor y a pensar… Al subir al ómnibus, el primer rostro que vi fue el del conductor, y me pregunté por qué tendría un semblante tan duro y rígido, por qué la gente sube al ómnibus malhumorada, tensa, alterada y agrede con empujones y malas respuestas. Avanzando por el pasillo, en busca de mí asiento, observé a una pareja de ancianitos, ya sentados, con sus manos entrelazadas, y me pregunté: ¿Será que la vida nos da el placer de tomarnos de las manos para sentirnos seguros y protegidos, abrazarnos y expresarnos el amor que sentimos el uno por el otro, solo al llegar a la vejez? Me sentí bien pensando que tal vez con los años mi esposo llegaría a tomarme de las manos y abrazarme diciéndome que me quiere mucho.
¡Cuántas personas hay de ceño fruncido y modales adustos! ¡Cuántas personas que viven bajo el mismo techo como esposos o como familia no se demuestran amor genuino y permanecen bajo la sombra de la duda, el egoísmo, la venganza, el rencor y el resentimiento!
Mientras mi cabeza y mi corazón avanzaban a toda velocidad, mi mente dio un giro a las preguntas: ¿No será que estoy esperando que mi esposo cambie y haga lo que yo quiero? ¿No estaré siendo demasiado egoísta al creer que la que merece atención y cariño soy yo, en vez de brindarlo sin esperar recompensa?
Me reconforta pensar en Jesús, mi mejor amigo, que con dulzura y amor ablanda corazones de piedra y los hace sensibles, receptivos, generosos y amables. Tal vez mis reflexiones deberían tener como centro a los demás y no a mí misma.
Querida amiga, supliquemos a Dios por un corazón de carne, que ame genuinamente y sin egoísmo, que se brinde, que comparta, que comprenda, que no exija y que aprenda a dar. Y si hemos recibido la gracia de tener un corazón de carne, no lo endurezcamos pidiendo o exigiendo lo que no sabemos dar. No esperemos demasiado, demos más y recibiremos cien veces tanto.
Nilda Coitiño, Uruguay
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014
DE MUJER A MUJER
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