Un sentimiento de derrota invade a muchas mujeres al llegar a la madurez. Piensan que los años vividos solamente las han hecho acumular achaques, arrugas y canas. Sin embargo, para los propósitos de Dios, hay muchos placeres aún reservados para ellas en esta etapa de la vida.
Amiga, hagamos nuestras las palabras del salmista: «He sido joven y ahora soy viejo, pero nunca he visto justos en la miseria, ni que sus hijos mendiguen pan. Prestan siempre con generosidad; sus hijos son una bendición» (Sal. 37:25-26).
Puede ser que las mujeres jóvenes estén preocupadas por alcanzar metas profesionales, la formación de una familia y la prosperidad material, pero cuando llegamos a la madurez, somos capaces de poner nuestras miras más allá de las fronteras terrenales; podemos vislumbrar el hogar eterno, y comenzamos a sentir nostalgia de él. Esto debiera producir un nuevo gozo y generar nuevas motivaciones.
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