“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros”. Isaías 49:15, 16.
Desde que conocí a unos amigos en Lima, República del Perú, pasé a ver el mundo y la vida de manera completamente diferente. Ellos me brindaron todo el tiempo que necesité, me escucharon, me leyeron las promesas de la Biblia, me acercaron al amor del Padre y me dieron el valor que yo pensaba no tener para enfrentar mi realidad y a mi familia. Me ayudaron a conocer a Jesús, y él me sacó de la oscuridad en la que había vivido durante tantos años.
Estaba perdiendo mi vida, a mi esposo, a mis hijos, y Jesús me rescató poniendo a estos amigos en mi camino. Caminé sin rumbo durante muchos años. Los problemas y el sufrimiento se me multiplicaron. Cuando pienso en mi vida anterior, me doy cuenta de que, a pesar de no merecerlo, Dios caminaba a mi lado intentando atraerme de alguna manera.
Viví lejos de él; no era capaz de reflexionar ni mudar mi estilo de vida.
Viví sin respetarlo, quizá porque no lo conocía y no sabía cómo hacerlo, pero Dios insistía pacientemente, tocaba las fibras más íntimas de mi ser y me colmaba de bienes materiales. ¡Tan grande era su amor! A pesar de todo, mi vida no se henchía de plenitud.
Desde que conocí a Jesús, medito mucho en su Palabra, palabra que restaura, que no acusa, que perdona, que escucha, que ama. Si bien sus caminos son inescrutables, creo que el Señor permitió algunas de las situaciones que tuve que enfrentar para que me diera cuenta de que no estaba sola.
Me he arrepentido, le he confesado mis flaquezas y le he pedido perdón por mis pecados. He llorado y sufrido, y me he puesto a su servicio. Amo a mi Jesús. Él me mostró que soy su hija especial, la niña de sus ojos y que puedo acercarme a él confiada porque él nunca se separó de mí.
Querida amiga, «orno lo hizo con la mujer samaritana, el Señor me dio a beber agua de vida y se reveló a mí mediante unos amigos que me hablaron del amor del Padre. Por mi experiencia, déjame decirte que, aunque no lo veas, él camina a tu lado y en sus “palmas te tiene esculpida”.
María Amelia Wilson, Brasil
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014
DE MUJER A MUJER
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