“Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros”. Isaías 25:8.
Fue a mediados de agosto. A nuestra hija Silvia, joven todavía, le diagnosticaron un cáncer de páncreas terminal que comprometía también el hígado. La expectativa de vida era de un mes. La noticia nos impactó como un rayo en un cielo despejado. Como familia nos unimos en fervientes oraciones y ayunos. Silvia fue ungida. Centenares de familiares, amigos y hermanos nos acompañaron con sus oraciones, mensajes y llamadas telefónicas. Todos esperábamos un milagro, y el milagro se produjo. Silvia experimentó un milagroso mejoramiento que duró tres meses, en los cuales llevó una vida casi normal, aparentemente con buena salud, sin dolores ni las molestias propias de la quimioterapia que estaba recibiendo, lo que nos hizo pensar que estaba sanando.
Tristemente no fue así. Después de esos tres meses su salud decayó. Sin embargo, su espíritu se mantenía animado y había depositado toda su confianza en Dios. Estaba preparada para encontrarse con él. Nuestro ruego era que no tuviese dolores, y el Señor respondió ese pedido.
El 24 de diciembre, cuando comenzaba la Nochebuena, cerró sus ojos en paz y sin dolores. Así se apagó una vida dedicada al servicio en favor de los demás, tanto en las aulas como en la iglesia. Fue una cristiana consagrada, obrera eficiente, alegre aun en las circunstancias más adversas.
¿Por qué Dios no le preservó la vida? No podemos entenderlo, pero confiamos en que Dios no se equivoca. Estamos seguros de que cuando Cristo vuelva, podremos abrazarla nuevamente. Nos serán revelados todos los misterios y comprenderemos los designios divinos.
Elena G. de White escribió: “Todo lo que nos dejó perplejos en las providencias de Dios quedará aclarado en el mundo venidero. Las cosas difíciles de entender hallarán entonces su explicación. […]
Sabremos que el amor infinito ordenó los incidentes que nos parecieron más penosos. A medida que comprendamos el tierno cuidado de Aquel que hace que todas las cosas obren conjuntamente para nuestro bien, nos regocijaremos con gozo inefable y rebosante de gloria” (El hogar cristiano, cap. 86, p. 516).
Adela Bellido de Treiyer, Argentina
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014
DE MUJER A MUJER
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