“Dichosos los que están tristes, pues Dios les dará consuelo”. Mateo 5:4, DHH.
La segunda de las bienaventuranzas que pronunció Jesús en el Sermón del Monte dice que los que están tristes son dichosos. ¿Qué? ¿Qué dicha puede haber en la tristeza? Ricardo era joven y muy bien parecido. Quería beber cada día hasta la última gota de una vida libre de preocupaciones y compromisos con Dios, la familia, el trabajo y los estudios. “La juventud se vive una vez –decía–. ¡Así que nada de ataduras!”
A los veinte años empezó a sentir dolores que iban y venían, pero él estaba joven y quería divertirse. Después de una larga peregrinación por médicos y hospitales, terminó inmóvil. Su enfermedad degenerativa, contra la que la ciencia nada pudo hacer, lo obligó a reflexionar en la vida, en la muerte y en Dios.
“El dolor purifica como el fuego”, escribió el poeta, y fue eso lo que ocurrió en la vida de Ricardo. Hablé con él muchas veces. Su mente estaba lúcida aunque le costaba expresarse porque la enfermedad había llegado a su fase terminal, pero más de una vez me dijo que le daba gracias a Dios por su dolor, porque de otra manera no hubiera pensado siquiera en él. “Aunque esta vida sea corta, la de allá será eterna. ¿No saldré ganando?” me dijo.
Ricardo ya descansa en la paz de la tumba, pero la eternidad, sin enfermedad, sin muerte y con felicidad plena rubricará las palabras del Señor: “Dichosos los que están tristes”.
¡Cuánto aprendemos también nosotras en la escuela del dolor! El dolor “duele”, es verdad, pero las pruebas de la vida son las herramientas que Dios usa para eliminar de nuestro carácter todo defecto y debilidad. El Artista divino está modelándonos con el cincel del dolor a fin de que nuestro carácter quede en condiciones de permitirnos la entrada a la patria celestial.
Amiga, mientras vivamos en este mundo, el dolor nos templará y nos hará aptas para comprender y amar a quienes sufren. San Pablo lo dijo así: “Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación” (2 Cor. 1:3, 4). Sí, felices los tristes, porque su tristeza se volverá en gozo.
Esther Iuorno de Fayard, Argentina
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014
DE MUJER A MUJER
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