Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Mateo 28:5, 6.
En marzo de 2009, Dios me concedió el privilegio de participar en un proyecto en Israel. Recorrer las sendas que Cristo transitó fue, para mí, una experiencia renovadora.
El Getsemaní fue impresionante. El guía nos dijo que dos de los árboles que allí se encuentran fueron plantados hace más de dos mil años, lo que significa que estuvieron allí cuando nuestro Salvador sufrió la angustia más severa de la historia. No se puede describir el dolor, la agonía, el sentimiento de abandono y toda la lucha de la que fueron testigos esos árboles. Mientras caminaba por el huerto, pensé en el costo de mi salvación, medité en mi propio Getsemaní, en el dolor, en el sentimiento de abandono, de traición, de rechazo, de vergüenza, en la maldad humana… Agradecí a mi Padre celestial por el sacrificio de su Hijo.
Salimos de allí hacia la Vía Dolorosa, y visualicé al Hijo de Dios tambaleándose bajo el peso de la cruz. Más que el peso físico de la madera, lo agobiaba el peso del pecado de la humanidad.
Visitamos el lugar donde se supone que Jesús fue crucificado, y luego vimos la tumba donde se dice que fue sepultado. Afuera hay un letrero que dice: “No está aquí, ha resucitado”. Mi corazón saltó de esperanza. Los seguidores de Buda, Confucio, Gandhi, Mahoma y otros hacen grandes peregrinaciones para venerar los restos de sus líderes. Los cristianos tenemos una tumba vacía. ¡Cristo ha resucitado!
Repítete a ti misma: “Porque él vive, yo puedo sobreponerme a mi dolor; porque él vive, yo puedo perdonar y liberar mi corazón de la carga del rencor; porque él vive, yo puedo resucitar de la devastación del divorcio; porque él vive, tengo esperanza para mis hijos rebeldes; porque él vive, mi vida tiene propósito y dirección, y puedo vivir con esperanza. ¡Porque él vive, me preparo para vivir con mi Rey por la eternidad!”-Esmeralda Guzmán.
Amiga Erika, ¡qué precioso relato, de alguien que ha tenido el privilegio de pisar tierra santa! ¡quién como ella, que pudo tocar esos árboles, que quizás también tocó nuestro amado Salvador! ¡Qué hermosa reflexión y qué dulce convicción la nuestra, el saber que nuestro Cristo vive, y que gracias a él tenemos esperanza en que nuestras familias sean convertidas también, y que su misericordia se extienda sobre nuestros hijos amados! Gracias amiga, me ha hecho mucho bien visitar tu blog, que también quiero decirte que ha sido nominado, y te he dejado un premio muy tierno en mi blog; te invito a visitar mi blog para que puedas ver tu premio y a la vez puedas responder las preguntas que allí están. Espero no te sea molestia, ya que he nominado tu blog por la bendición que significa para mí el visitar tus bellos mensajes. Recibe mi abrazo sincero. Ingrid Zetterberg
Amiga Erika, ¡qué precioso relato, de alguien que ha tenido el privilegio de pisar tierra santa! ¡quién como ella, que pudo tocar esos árboles, que quizás también tocó nuestro amado Salvador!
ResponderEliminar¡Qué hermosa reflexión y qué dulce convicción la nuestra, el saber que nuestro Cristo vive, y que gracias a él tenemos esperanza en que nuestras familias sean convertidas también, y que su misericordia se extienda sobre nuestros hijos amados! Gracias amiga, me ha hecho mucho bien visitar tu blog, que también quiero decirte que ha sido nominado, y te he dejado un premio muy tierno en mi blog; te invito a visitar mi blog para que puedas ver tu premio y a la vez puedas responder las preguntas que allí están. Espero no te sea molestia, ya que he nominado tu blog por la bendición que significa para mí el visitar tus bellos mensajes. Recibe mi abrazo sincero. Ingrid Zetterberg
Gracias hermanita Ingrid Dios la siga Bendiciendo y gracias por comentar
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