Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella. Juan 12:4-6.
¿Cómo pudo Jesús tener una clase de persona así en su iglesia y entre lo más selecto de sus discípulos? ¿No te escandalizas tú cuando ves en la iglesia a gente que te preguntas qué está haciendo allí, si lo que menos parece es un cristiano? ¿No habría que echarlos de la iglesia, para que no contaminen a los demás, los desmoralicen, y dejen de echar tierra sobre el buen nombre de Cristo y de la iglesia?
Pero Jesús tiene otra visión de las cosas. Su corazón gigantesco y salvador amaba a Judas con un amor insondable, y lo tuvo consigo todo ese tiempo, aun sabiendo que lo iba a traicionar. Sabía que era ladrón y que profanaba el dinero sagrado para un uso personal. Sin embargo, lo tuvo consigo, en la iglesia, y entre su grupo de discípulos escogidos, porque no quería que le faltara ninguna oportunidad para que pudiera arrepentirse, convertirse y salvarse.
Hoy, Jesús también ama a tus hermanos en la fe que te parecen falsos cristianos, hipócritas, materialistas, “mundanos”, y los conserva en la iglesia para que tengan la oportunidad de ser salvos. Y, lo más importante: Jesús te tiene a ti en la iglesia, a pesar de tus defectos de carácter, de tus luchas morales y espirituales, aun de tus caídas. Cuántas veces, quizá, lo traicionaste de una u otra manera que tú solamente sabes. Pero Jesús no te desecha, sino que te mantiene cerca de él, y de su cuerpo, que es la iglesia, porque quiere verte en su reino, eternamente salvo y seguro, cuando venga a buscarte. ¿No caerás de rodillas ante él, ahora mismo, para agradecerle por su amor y para arrepentirte de aquello que te separa de él y te hace daño? Hazlo sin temor ni incertidumbres, porque Jesús prometió: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).
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