"Deléitate en el Señor, y el te concederá los deseos de tu Corazón". Salmo 37:4

martes, 28 de julio de 2015

“Madre hay una sola” (en este caso dos)

Vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase. Éxodo 2:5

Ella era poderosa. Un imperio yacía ante sus plantas, y ella, como una esfinge, señoreaba sobre todo. Pero no tenía hijos. Esa tarde ella sintió el impulso de ir al río. Sus doncellas se apresuraron a complacerla, y pronto estuvieron en la ribera del Nilo.

Ella contempló el río. El Nilo era Egipto. Y Egipto era suyo. Ella entró en las aguas, soñando. ¡Oh si el dios del Nilo tuviera esa tarde algo que darle además de la caricia de sus aguas! ¡Oh si el vacío de su alma fuera llenado con algún don del río! Y entonces ocurrió el prodigio. Entre los juncos se mecía una canasta. Ella alcanzó el rústico objeto cubierto de brea.

Lo abrió y su corazón saltó. En la canasta se hallaba un niño.

Ella miró en todas direcciones, cuidándose de todos… y de pronto volvió en sí. No tenía que cuidarse de nadie. Ella pertenecía al grupo más privilegiado. Salió del Nilo estrechando a su hijo. ¿Su hijo? Se trataba un niño hebreo, cuya madre lo había escondido para salvarlo —el Dios de los esclavos sí que hacía prodigios—. Su padre, el faraón, había ordenado echar al río a los recién nacidos hebreos.

Se propuso proteger al niño. Tenía que proveerle alimento y ocultarlo de su padre. Ahora entendía la aflicción de los hebreos. Entonces llegó la solución. Una niña hebrea le propuso conseguirle una nodriza. Ella no lo sabía, pero aquella niña era la hermana de su hijo. Y la nodriza sería la madre biológica de… Moisés, el niño sacado de las aguas. Y aceptó. La niña trajo a su madre, que fue contratada como nodriza.

El niño destinado a la muerte ahora tenía dos madres: una rica en bienes materiales, la otra pródiga en leche; ambas ricas en amor. La madre hebrea disfrutó al niño durante doce años. Luego, ellas volvieron a llorar juntas, una al darle la bienvenida, la otra al despedirlo. Y ese niño llegó a ser príncipe de dos pueblos: Egipto e Israel. Sirvió a dos patrias, y correspondió a sus dos madres, a la egipcia que lo puso a un paso del trono, y a la hebrea que lo crió ante el altar de Jehová.

La manera en que Jocabed protegió a Moisés es digna de emulación. Y el acto de la faraona que adoptó al hijo ajeno, habla de una mujer cuya nobleza de alma superó a la del linaje. Madre solo hay una. En algunos casos dos. Gracias, oh Dios, por la maternidad.— Esmirna Bush.

DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2015

Jardines DEL ALMA

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