Así que colocó uno de los becerros en Bet-el, y el otro en Dan. Y esto incitó al pueblo a pecar; muchos incluso iban hasta Dan para adorar al becerro que estaba allí. 1 Reyes 12:29, 30.
Todo (o casi todo) es un buen motivo para pecar. El pueblo de Israel se acaba de separar, políticamente, del reino de Judá. Con la bendición divina, eligió a Jeroboam como rey. Este nuevo monarca, movido por miedos infundados, construye dos lugares de culto en su territorio; pero en lugar de preparar dos tabernáculos o, por lo menos, dos espacios para la adoración al Señor que lo había constituido rey de las diez tribus, prefiere caminar directamente en dirección a los cultos paganos.
Es muy posible que si el rey construía un espacio de adoración a Dios, aquel no hubiera tenido la imponencia arquitectónica del Templo de Salomón, instalado en Jerusalén.
Lamentablemente, creo que la preocupación de Jeroboam sobre esas posibles comparaciones tiene fundamento porque nosotros, muchas veces, nos seguimos interesando, para elegir nuestro lugar de culto, más en estos aspectos visibles y superficiales, que en la profunda y verdadera razón que nos debería llevar hasta el lugar de culto.
Sé sincero contigo mismo. ¿Por qué vas a tu iglesia ? ¿Cuál es la verdadera razón por la que elegiste ese templo, y no otro? ¿Tradición? ¿Familia? ¿Amigos? ¿Tipo de ropa que puedes usar? ¿Maquillaje liberado? ¿Moda? ¿Show? ¿Alguna vez te pusiste a pensar si ese culto es el que Dios espera de ti?
El pueblo de Israel no tenía que ir a adorar a los ídolos que el rey había construido. Ellos quisieron desobedecer una orden directa de Dios, una orden que conocían de memoria; ellos –simplemente– quisieron ir a adorar a los becerros que el rey les ofreció.
Como ellos, nosotros también sabemos de memoria las órdenes del Cielo; pero el problema es que la memoria no es una fuerza poderosa: el gusto particular tiene más fuerza. Tú no pecas porque otra persona te obliga a hacerlo, te sugiere, te invita o te tienta: pecas porque decides hacerlo. Quien decide siempre eres tú.
365 vidas
Por: Milton Bentancor
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