“No juzguéis, para que no seáis juzgados”. Mateo 7:1.
Estábamos con mi esposo en la ciudad de Buenos Aires por cuestiones de salud. El domingo decidimos aprovechar el tiempo libre que nos brindaba el día primaveral y conocer el delta del Paraná.
Una vez allí, abordamos un catamarán de paseo, junto a otros turistas, para recorrer los agrestes brazos del delta.
Atrajo inmediatamente mi atención un grupo de jóvenes ruidosos que se sentaron cerca de nosotros. Especialmente una muchacha adolescente, rubia, muy bonita. Por cierto, no fue su apariencia física lo que llamó mi atención, sino sus maneras algo groseras, su risa estridente, su escasa vestimenta y sus exageradas demostraciones de afecto hacia su novio. En el comienzo del paseo, a pesar de mi esfuerzo por concentrarme en las maravillas del paisaje, esta joven hacía que me sintiera molesta, me distraía y originaba en mí pensamientos de censura y rechazo.
¡De pronto algo ocurrió! Otra embarcación que pasó muy cerca de la nuestra produjo una ola que arrojó abundante agua al interior de nuestro catamarán, haciendo que algunos pasajeros quedaran muy mojados, entre ellos una señora embarazada, que estaba sentada junto a su esposo. La ruidosa muchacha quedó apaciguada por esta escena, y visiblemente perpleja y preocupada por la mojadura que había recibido la señora. Varias veces repitió: “¡Uhh… pobre señora! ¡Está toda mojada!” Aunque el resto de los pasajeros pronto se olvidó lo ocurrido, considerándolo como un detalle de frescura en un día caluroso, incluso la misma mujer, la muchacha continuaba observándola con calmada preocupación.
Ya también cambié, pero cambié mi concepto de la joven. Entendí que era sensible, que le importaban sinceramente los demás, y lamenté mis pensamientos de censura anteriores. Una vez más tuve que desconfiar de mi humanidad rápida para censurar, y recordar que debería considerar a otros como Cristo me considera a mí. En palabras de Elena de White: “Es misericordioso, por eso está infinitamente más dispuesto a perdonar que a condenar. Es benévolo y no busca el mal en nosotros; sabe de qué estamos hechos; recuerda que somos tan sólo polvo” (Mensajes selectos, t. 2, p. 265).
Lilia Gladys Bukmeier, Argentina
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014
DE MUJER A MUJER
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