¡OH DIOS, TU MAR ES TAN GRANDE!
¡Oh Señor, cuan numerosas son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría! ¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas! Allí está el mar, ancho e infinito, que abunda en animales, grandes y pequeños, cuyo número es imposible conocer. Salmo 104:24-25.
«¡Oh Dios, tu mar es tan grande y mi barca tan pequeña!» Tal era la inscripción que estaba escrita en un reconocimiento que recibió Jimmy Cárter,, siendo aún presidente de los Estados Unidos, de manos del almirante Hyman Rickover, quien había sido instructor de Cárter cuando este fue infante de marina.
Sin lugar a dudas aquel hombre había sentido la majestuosidad de Dios al navegar por los mares del mundo, lo que lo llevó a concluir que él no era nada frente a la grandeza del Creador. Son muchos los hombres y las mujeres que desde su puesto de acción en este planeta tienen la misma perspectiva. El salmista exclamó: «Señor, tú eres grandioso [...]. Afirmas sobre las aguas tus altos aposentos y haces de las nubes tus carros de guerra. ¡Tú cabalgas en las alas del viento! [...] ¡Oh Señor, cuan numerosas son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría!» (Sal. 104:1,3,24)
No solamente es asombro lo que debiéramos manifestar ante la grandeza de Dios. También debemos tributarle honra y adoración reverente, pues aun siendo sus débiles e indefensas criaturas, él nos cuida mucho.
Cuando con el alma se reconoce la soberanía de Dios sobre todo lo creado, surge un sentimiento de impotencia que nos lleva a entregarnos en sus manos, y con docilidad absoluta nos disponemos a cumplir su voluntad. Reconocer nuestra pequeñez genera sencillez en nuestro ser y permite que toda la grandeza humana que podamos alcanzar esté revestida de gratitud y humildad. Este punto de reflexión es un privilegio que únicamente pueden obtener quienes se inclinan sin soberbia ante el Soberano y suplican su conducción. Fue lo que llevó a David a exclamar: «Oh Señor, soberano nuestro, ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra! ¡Has puesto tu gloria sobre los cielos! [...] "¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?"» (Sal. 8:1,4).
Hermana, ¡alégrate, regocíjate! Tú eres parte de la majestuosidad del universo y, todavía más, fuiste hecha a imagen y semejanza de tu Creador. Por eso, en este día, ¡alaba! ¡Alaba, y jamás te canses de ello!
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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