Cuando el alma se abate por alguna circunstancia externa, todas las defensas de nuestro organismo se inhiben. Cualquier calda emocional nos hace vulnerables y propensas a sufrir enfermedades de toda Índole. Los sentimientos y las emociones como la tristeza, la desgana, la ansiedad y el miedo, son los signos predominantes en alguien que se siente abatido.
La pérdida de esperanza y de fe constituye el síntoma más grave de una persona que es presa del abatimiento de corazón. Siente que Dios está lejano y ausente, lo cual hace que las jornadas diarias le resulten pesadas y difíciles de enfrentar.
Entonces, la voluntad se quebranta y la persona queda a la deriva, incapacitada para tomar decisiones importantes. La impotencia que se siente es tal, que faltan las fuerzas para tomar cualquier decisión.
Jesús, nuestro cariñoso pastor, está dispuesto a confortarnos cuando nuestras fuerzas naturales se agotan por causa de las vicisitudes de la vida. Él únicamente puede decir: “El Espíritu del Señor omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros” (Isa. 61:1). Sanidad del corazón herido y liberación de nuestras prisiones mentales y reales, esa es la promesa.
Dios te Bendiga
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