A LA ESPERA DE UN MILAGRO QUE NO LLEGA
Atiende, Señor, a mis palabras; toma en cuenta mis gemidos. Escucha mis súplicas, rey mío y Dios mío, porque a ti elevo mi plegaria. Salmo 5:1-2
Querida hermana, aunque día a día somos testigos y beneficiarias de los milagros de Dios, casi me atrevo a asegurar que toda mujer, en el fondo de su n, esta o ha estado a la espera de un milagro especial. Precisamente de ese milagro que, en tantas ocasiones, no llega. Entonces, al borde de la desesperación, decimos como David: “¿Porqué, Señor, te mantienes distante? ¿Por qué te escondes en momentos de angustia?” (Sal. 10:1).
Quiero decirte que esa es mi experiencia. He rogado, clamado y llorado esperando un milagro, sin que haya llegado a hacerse realidad. ¿Será que la bondad de Dios se ha cerrado para mí? ¿O será que ya ha llegado, aunque no en la forma en que yo esperaba? .Es tu caso parecido al mío? Si es así, permíteme compartir contigo algunas de las reflexiones que me han animado durante el tiempo de espera. La bondad de Dios es infinita, por eso siempre nos dará lo mejor. Lo que sucede es que, muchas veces, las peticiones que le hacemos son demasiado personales y nos hacen caer en el egoísmo. Dios nos recuerda que “nuestras oraciones no han de consistir en peticiones egoístas, meramente para nuestro propio beneficio. Hemos de pedir para poder dar” (Palabras de vida del gran Maestro, cap. 12, p. 108).
Me tranquiliza la certeza de que Dios conoce mi vida de principio a fin, aunque en ocasiones cambia el curso de los acontecimientos pensando en mi bienestar. Eso lo hace a pesar de mi ceguera, pues sabe con certeza que no siempre estaré de acuerdo. ¡Así es la protección de Dios! Si confiamos en él, algún día podremos mirar hacia atrás y alabarlo por su gracia.
No debemos dudar del poder de Dios para contestar a nuestras oraciones o para manifestarse de manera milagrosa en nuestras vidas. Dios continuamente nos ve y nos escucha, como leemos en su Palabra: “Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos, atentos a sus oraciones” (Sal. 34:15). El Señor, que conoce mi corazón, interpreta en su sabiduría mis emociones y sentimientos, y actúa no en función de ellos, sino de acuerdo a lo que conviene para mi salvación y la de los que amo.
Por eso, amiga, si hoy imploras para que se produzca un milagro en tu vida, ten la seguridad de que llegara en el momento y de la forma que Dios escoja. Eso debe llenarte de gratitud y de paciencia durante la espera.
Querida hermana, aunque día a día somos testigos y beneficiarias de los milagros de Dios, casi me atrevo a asegurar que toda mujer, en el fondo de su n, esta o ha estado a la espera de un milagro especial. Precisamente de ese milagro que, en tantas ocasiones, no llega. Entonces, al borde de la desesperación, decimos como David: “¿Porqué, Señor, te mantienes distante? ¿Por qué te escondes en momentos de angustia?” (Sal. 10:1).
Quiero decirte que esa es mi experiencia. He rogado, clamado y llorado esperando un milagro, sin que haya llegado a hacerse realidad. ¿Será que la bondad de Dios se ha cerrado para mí? ¿O será que ya ha llegado, aunque no en la forma en que yo esperaba? .Es tu caso parecido al mío? Si es así, permíteme compartir contigo algunas de las reflexiones que me han animado durante el tiempo de espera. La bondad de Dios es infinita, por eso siempre nos dará lo mejor. Lo que sucede es que, muchas veces, las peticiones que le hacemos son demasiado personales y nos hacen caer en el egoísmo. Dios nos recuerda que “nuestras oraciones no han de consistir en peticiones egoístas, meramente para nuestro propio beneficio. Hemos de pedir para poder dar” (Palabras de vida del gran Maestro, cap. 12, p. 108).
Me tranquiliza la certeza de que Dios conoce mi vida de principio a fin, aunque en ocasiones cambia el curso de los acontecimientos pensando en mi bienestar. Eso lo hace a pesar de mi ceguera, pues sabe con certeza que no siempre estaré de acuerdo. ¡Así es la protección de Dios! Si confiamos en él, algún día podremos mirar hacia atrás y alabarlo por su gracia.
No debemos dudar del poder de Dios para contestar a nuestras oraciones o para manifestarse de manera milagrosa en nuestras vidas. Dios continuamente nos ve y nos escucha, como leemos en su Palabra: “Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos, atentos a sus oraciones” (Sal. 34:15). El Señor, que conoce mi corazón, interpreta en su sabiduría mis emociones y sentimientos, y actúa no en función de ellos, sino de acuerdo a lo que conviene para mi salvación y la de los que amo.
Por eso, amiga, si hoy imploras para que se produzca un milagro en tu vida, ten la seguridad de que llegara en el momento y de la forma que Dios escoja. Eso debe llenarte de gratitud y de paciencia durante la espera.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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