1. Darles oportunidad de ser responsables, delegándole responsabilidades. Para eso tienen que saber que se confía en ellos y los consideramos capaces. La mejor forma de que aprendan es dándoles la oportunidad de hacer tareas específicas haciéndolos responsables cada vez de tareas más complejas, por ejemplo, del cuidado de un hermano pequeño, en ausencia de sus padres o el que él le explique una materia a un hermano que necesita ayuda.
2. Hacer que el adolescente participe de las discusiones, alegrías y preocupaciones de la familia. Cuántas veces se oye esta queja por parte de los hijos ¡Es que en mi casa no me cuentan nada! ¡Me entero por otras personas y me cae fatal! Cuando por el contrario se le participa al adolescente de los problemas o alegrías en casa, así como de las preocupaciones. Lo interpreta como muestras de confianza. Siente que los consideramos personas dignas de nuestra confianza, y ellos se considerarán con más madurez y tratarán de no defraudar la confianza que sus padres han depositado en él.
3. Comunicarle a nuestros hijos cómo nos sentimos. Escuchar a los hijos sus opiniones, sentimientos, alegrías y dificultades constituye sólo un aspecto de la comunicación. También tenemos el derecho y la libertad para expresarles nuestros propios sentimientos y ser oídos: alegrías, cansancio, una buena o mala jornada laboral, etc. Esta dualidad en la comunicación es imprescindible para lograr la confianza del adolescente porque constituye el verdadero diálogo. No vamos a perder nuestro prestigio como padres cuando nuestros hijos aprendan a vernos como personas que se cansan y tienen buenos o malos momentos. Es más fácil comunicarse con esa persona, que con el padre o la madre ideales o perfectos porque sencillamente no existe. La obediencia está muy relacionada con el cariño y el cariño se fomenta con el conocimiento real de una persona. Un adolescente que quiere a sus padres puede desobedecerles, pero se sentirá muy mal al hacerlo, el cariño a sus padres hará que él mismo se proponga rectificar.
Los cambios físicos que experimenta el adolescente, implican un crecimiento rápido y momentáneamente desproporcionado de su cuerpo: piernas y brazos repentinamente alargados, una imagen facial que presenta desproporciones y que para quien los vive también son causa de preocupaciones.
Esos cambios físicos que son evidentes, llegan acompañados de cambios psicológicos profundos. El adolescente se hace más reflexivo y comienza a descubrir su mundo interior, por lo cual en ocasiones se muestra pensativo e introvertido, se hace mucho más crítico, al grado de que llega a cuestionar todo y obviamente, cuestiona la autoridad que sus padres ejercen sobre él , autoridad que no está exenta de un minucioso e hipercrítico examen de su parte.
Lógicamente que ante esto, el primer desconcertado es el mismo adolescente, quien muchas veces llega a preguntarse: ¿pero, qué es lo que me está pasando? La oportuna intervención de padres y educadores en esta etapa puede ser de gran ayuda para que el adolescente aclare sus dudas, se adapte con rapidez a esos cambios y supere positivamente las dificultades a las que se enfrenta.
¿Qué pueden hacer los padres, especialmente al inicio de esta etapa de su vida?
4. No dejar de exigirles en el plano moral y social. Una mentira manifiesta, el hurto (tomar dinero sin permiso), la incorrección ante otras personas de sus modales o faltas de respeto no deben ser nunca pasadas por alto. No basta pedir perdón, a veces creen que con esto ya se soluciona el problema, sino deben compensar de alguna manera su falta. En este tipo de conducta no se puede ser flexible, el adolescente necesita de esta exigencia, pide a gritos límites. Si pasamos por alto una conducta de este tipo, el adolescente puede interpretar nuestra respuesta como indiferencia o que no nos importa.
5. La formación de un frente unido. En todas las edades, pero aún más en la adolescencia, es importante el hecho de que los hijos vean que padre y madre van en la misma línea de exigencia. Es importante la formación de un frente unido para la batalla, sobre todo en las cuestiones que consideren más importante que obedezcan, y esto lo tiene que decidir la pareja, pueden hacerlo incluso con papel y lápiz. Estas normas de obligado cumplimiento hay que delimitarlas bien para no quemarse ni gastar cartuchos en balde. Para un adolescente unos pantalones jeans y una camiseta puede ser su ropa más usual y querida, conforme al grupo con el que se relaciona, lo mismo sucede con el pelo. Una actitud impositiva o sancionadora en estos casos puede ser contraproducente. Lo que no equivale a aceptar tales cosas. Se debe exigir limpieza, eso sí es importante. Pero se puede negociar la vestimenta en ciertas ocasiones.
Muy importante recordar
Las normas en las que tenemos que exigir obediencia deben ir hacia temas más trascendentales como por ej. La hora de llegada a casa, el no ir a dormir a casa de los amigos, etc., eso se tiene que decidir entre padre y madre, dejarlo establecido muy claramente a el hijo/a. En estas cosas sí es muy necesario el frente unido que antes comentábamos. No nos encontremos en la situación en la que uno tenga que ser “el malo” mientras que el otro sea siempre “el bueno”. Los hijos aprenden muy pronto la divisa “divide y vencerás”. No nos dejemos meter en ese juego.
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