Se cuenta que cierta vez, el renombrado pintor español Salvador Dalí visitó un manicomio en busca de un modelo de loco. El director de la institución le iba explicando quiénes eran los reclusos. Abría la puerta de una celda y decía: “Este cree que es napoleón”. A lo que Dalí contestaba que eso no era nada novedoso ni interesante. En otra celda le mostraba al demente y le explicaba que ése afirmaba se Nerón.
Siguieron el recorrido sin encontrar a ninguno que despertara el interés del pintor. Al abrir el director una de las últimas celdas, Dalí vio un rostro desencajado, con ojos abultados y la cabellera revuelta. Entonces exclamó con entusiasmo: “¡Por fin lo encontré! ¡Este sí que es un loco genial! Nadie podría negarlo”.
Entonces el director le explicó: “Pero señor Dalí, esta celda está desocupada. Lo que sucede es que usted está mirando su propio rostro en el espejo de un armario”.
Este incidente nos hace pensar en que a pesar de que fuimos creados “a imagen y semejanza” de Dios, cuando nos miramos “atentamente en la perfecta ley, la de libertad” (Sant. 1: 25) percibimos la fealdad que el pecado acariciado ha causado en nuestro rostro espiritual, es decir, en nuestro carácter. La contemplación y la imitación del carácter perfecto de nuestro amado Señor Jesús nos devolverá “la hermosura de la santidad” (Sal. 110:3), y además, restaurará en nosotros la semejanza con el carácter santo de Dios. Apreciados jóvenes y señoritas, dediquen tiempo a cultivar la santidad, “sin la cual nadie verá al Señor” (Heb. 12: 14) La noche se aproxima, cando ya nadie podrá obrar.
No desperdicien estos días solemnes de su vida.
Por: Sergio V. Collins
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