Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios. ¡Yo seré exaltado entre las naciones! ¡Yo seré enaltecido en la tierra! (Salmo 46:10).
Este consejo de Dios es necesario para hacer frente a todas las crisis de la vida. El pánico es peligroso y mortal. La calma y el equilibrio son indispensables en momentos de crisol y dificultades. Por ejemplo, el 3 de febrero de 1943 un torpedo ataco al SS Dorchester en el Atlántico Norte. El buque de transporte se inundó rápidamente y comenzó a escorar estribor. El caos se apodero de la tripulación. Se dañó el aparato de radiotelegrafía y los hombres corrieron, desesperados, de un lado a otro del barco. Muchos huyeron sin chalecos salvavidas. Los botes salvavidas, atestados, zozobraron, y las balsas, a la deriva, se alejaron antes de que alguien pudiera alcanzarlas. Según algunos sobrevivientes, entre toda aquella confusión sobresalía solo un pequeño espacio de orden: el sitio donde cuatro capellanes permanecían de pie, sobre la borda inclinada.
George Lansin Fox, pastor de Chicago; Alexander David Goode, rabino de la ciudad de Nueva York; Clark Poling, ministro de Schenectady, Nueva York; y John Washington, sacer dote de Nueva Jersey, guiaron con calma a los demás hacia las posiciones donde estaban los botes salvavidas. Distribuyeron entre las gentes los chalecos salvavidas que estaban en el panol y ayudaron a los hombres que, helados de temor, se acurrucaban a un lado de la nave. Los sobrevivientes recuerdan todavía el sonido del llanto, de las suplicas, de las oraciones y aun de las maldiciones proferidas por algunos hombres, pero sobre todo, recuerdan el sonido de las palabras de ánimo y confianza que los capellanes pronunciaban.
Cuando ya no hubo más chalecos, los cuatro capellanes entregaron los suyos. Uno de los últimos hombres que abandono la cubierta inundada del barco, se dio vuelta y vio a los capellanes todavía firmes, de pie, tomándose de los brazos para mantener el equilibrio. A través de las olas sus voces aún se oían orando en latín, en hebreo y en inglés. Uno de los marinos dijo: "Fue lo más bello que jamás haya visto, o espere ver, de este lado del cielo".
¿De dónde sacaron aquellos hombres el valor que demostraron? De la misma fuente de donde podemos obtenerlo nosotros: de Dios, de su Palabra, de la oración, de la comunión constante. Cuando nuestra mente esta en paz, estamos enteros, completos, como Jesús cuando dormía tranquilamente en medio de la tempestad. Sigamos el consejo de Dios: "Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios". El nunca te defraudará.
Este consejo de Dios es necesario para hacer frente a todas las crisis de la vida. El pánico es peligroso y mortal. La calma y el equilibrio son indispensables en momentos de crisol y dificultades. Por ejemplo, el 3 de febrero de 1943 un torpedo ataco al SS Dorchester en el Atlántico Norte. El buque de transporte se inundó rápidamente y comenzó a escorar estribor. El caos se apodero de la tripulación. Se dañó el aparato de radiotelegrafía y los hombres corrieron, desesperados, de un lado a otro del barco. Muchos huyeron sin chalecos salvavidas. Los botes salvavidas, atestados, zozobraron, y las balsas, a la deriva, se alejaron antes de que alguien pudiera alcanzarlas. Según algunos sobrevivientes, entre toda aquella confusión sobresalía solo un pequeño espacio de orden: el sitio donde cuatro capellanes permanecían de pie, sobre la borda inclinada.
George Lansin Fox, pastor de Chicago; Alexander David Goode, rabino de la ciudad de Nueva York; Clark Poling, ministro de Schenectady, Nueva York; y John Washington, sacer dote de Nueva Jersey, guiaron con calma a los demás hacia las posiciones donde estaban los botes salvavidas. Distribuyeron entre las gentes los chalecos salvavidas que estaban en el panol y ayudaron a los hombres que, helados de temor, se acurrucaban a un lado de la nave. Los sobrevivientes recuerdan todavía el sonido del llanto, de las suplicas, de las oraciones y aun de las maldiciones proferidas por algunos hombres, pero sobre todo, recuerdan el sonido de las palabras de ánimo y confianza que los capellanes pronunciaban.
Cuando ya no hubo más chalecos, los cuatro capellanes entregaron los suyos. Uno de los últimos hombres que abandono la cubierta inundada del barco, se dio vuelta y vio a los capellanes todavía firmes, de pie, tomándose de los brazos para mantener el equilibrio. A través de las olas sus voces aún se oían orando en latín, en hebreo y en inglés. Uno de los marinos dijo: "Fue lo más bello que jamás haya visto, o espere ver, de este lado del cielo".
¿De dónde sacaron aquellos hombres el valor que demostraron? De la misma fuente de donde podemos obtenerlo nosotros: de Dios, de su Palabra, de la oración, de la comunión constante. Cuando nuestra mente esta en paz, estamos enteros, completos, como Jesús cuando dormía tranquilamente en medio de la tempestad. Sigamos el consejo de Dios: "Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios". El nunca te defraudará.
Tomado de: Meditaciones Matinales para Jóvenes 2013
“¿Sabías qué…?”
Por: Félix H. Cortez
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