“Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído”. Isaías 65:24.
Era un día invernal. Mi hija Noelia cursaba la enseñanza media en el Instituto Adventista del Uruguay, nuestro colegio con internado. Los menores, Karen y Josué aún estaban en la escuela primaria. Ese día Josué había quedado en cama con un poco de fiebre mientras mi esposo lo cuidaba, pues yo había estado con él el día anterior, y no podía faltar a mi trabajo.
En la mitad de la mañana comenzó a llover torrencialmente y me preocupé mucho ya que Karen, de once años, estaba sola en la calle. Para volver a casa ella debía abordar un ómnibus y luego caminar una decena de cuadras.
Yo estaba en una cirugía y no podía buscar a la pequeña. El estado del tiempo era preocupante. Cada vez que alguien hacía un comentario al respecto, yo temblaba. En tanto pasaban los minutos, los informes meteorológicos eran cada vez peores. Por momentos, al diluvio que se había desatado se sumaba un viento huracanado que impedía caminar y transitar por las calles.
Mi corazón saltaba dentro de mi pecho y no dejaba de sufrir por lo que seguramente estaría viviendo mi niña en el interminable trayecto hacia casa. Comencé a orar para que el Señor ayudara a mi hijita. Momentos después, con angustia de corazón, clamé al Señor: “¡Padre, envía un ángel a socorrer a mi niña!”
Cuando terminó la cirugía, tomé el teléfono y llamé a mi casa, y ella me contó su experiencia: “Mami -me dijo-, la lluvia no me dejaba caminar.
De pronto, el agua comenzó a subir y cubría mis piernas. La fuerza de la corriente era tan grande que me llevaba, hasta que me resbalé y tuve que agarrarme de un árbol. Me puse a orar y le pedí a Jesús que mandara un ángel. De pronto, un auto rojo paró a mi lado y un señor me dijo que subiera, que él me llevaría a mi casa. Yo tuve miedo, pero el señor me tomó y me subió al auto. No habló en todo el camino, tampoco me preguntó dónde era mi casa. Cuando llegamos, me abrió la puerta y me dijo que podía bajar.
Mami -concluyó Karen-, yo creo que era un ángel que el Señor mandó”.
¡Yo también lo creo! Porque en esos momentos había una mamá y una niña angustiadas que “clamaron a su Dios y él respondió; mientras ellas hablaban, él había oído”.
Rosario Perdomo de Larrosa, Uruguay
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014
DE MUJER A MUJER
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