"Deléitate en el Señor, y el te concederá los deseos de tu Corazón". Salmo 37:4

miércoles, 15 de enero de 2014

Melquisedeq

Este Melquisedec, rey de Salén y sacerdote del Dios Altísimo, salió al encuentro de Abraham, que regresaba de derrotar a los reyes, y lo bendijo. Hebreos 7:1.

No voy a discutir las cuestiones teológicas que envuelven (hasta con un poco de misterio) a este personaje. Su aparición sorpresiva en el libro de Génesis, su recuerdo en los Salmos y los comentarios que Pablo organiza en torno a su figura, son lo único que tenemos de él en la Biblia; a pesar de eso, los teólogos han discutido (y algunos continúan haciéndolo) sobre la naturaleza, la función y los simbolismos que este hombre tiene.

Solo te invito a pensar en Melquisedec bajo dos aspectos: ser un tipo de Jesús y ser sacerdote.

El primero de los asuntos, es (o debería ser) el sueño de todo cristiano. Vivir una vida de tal naturaleza que podamos ser llamados “tipos de Señor Jesucristo”.

Parecemos tanto a él que podamos ser su sombra. Ser tan similares, que nos puedan llegar a confundir.

Melquisedec nos permite ser una nación de sacerdotes. No necesitamos ser hebreos ni ser hijos de Aarón. La orden de Melquisedec es universal, y nos incluye a ti a mí. No exige pruebas de sangre ni de ADN, apenas un corazón entregado en las manos de Dios, para que él realice la obra que debe hacer.

Cuando Pedro, en su Epístola, nos llama a ser un “real sacerdocio” nos está colocando en manos la mayor responsabilidad espiritual que un ser humano puede tener: representar a Cristo delante de sus semejantes.

Pensándolo así, podemos llegar a entender por qué es más fácil predicar de Cristo a los “desconocidos” con quienes nos cruzamos en el camino de la vida, que predicarlo a quienes tienen el “placer” de convivir con nosotros todos los días. Mostrar a Cristo a una persona con la que nunca tuve ningún tipo de contacto, desde un púlpito, es mucho más fácil que representarlo cada día y en cada hora a tu hijo, a tu hija, a tu mamá, a tu papá, a tu vecino, a tu amigo…

Es más fácil morir por Cristo una vez que vivir por él cada día. Ser un mártir es cuestión de minutos; ser discípulo, es cuestión de toda una vida.

Melquisidec nos posiciona para ser reales sacerdotes, con una enorme responsabilidad delante del Cielo y de la Tierra. Pide fuerzas a Cristo, para que hoy lo representes de la mejor manera posible.

DEVOCIÓN MATUTINA JÓVENES 2014

365 vidas

Por: Milton Bentancor

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