Luego quedó embarazada de nuevo y dio a luz un tercer hijo, al que llamó Leví, porque dijo: “Ahora sí me amará mi esposo, porque le he dado tres hijos”. Génesis 29:34.
Jacob no le dio la primogenitura a Leví porque, desde su punto de vista, era extremadamente violento, igual que Simeón. En razón de este rasgo de carácter, el patriarca -en el momento de las bendiciones finales- no solo no le da la primogenitura a este hijo, sino también profetiza que será dispersado por Israel.
Proféticamente, Leví está destinado a no tener un lugar. Los descendientes de este hijo de Jacob realmente no recibirán heredad; apenas un puñado de ciudades en las que compartirán su realidad con todos sus hermanos.
Lo interesante es que, al llegar a esa dispersión, la tribu de Leví demostró ser la única que se mueve por principios en su vida religiosa. No importaba si Moisés ya llevaba cuarenta días en el monte, no importaba si el resto del pueblo quería ir detrás de “otros dioses”, la tribu no dobló su rodilla delante del becerro.
Y Dios los separa, para que sean sus sacerdotes.
Dios cumple sus profecías, pero no marca a sus hijos. La profecía era dispersar a los levitas. Y los dispersó. Pero, no los marcó como una tribu descendiente de un ser humano violento, sino que todos los que observaban a los levitas pensaban en su sacerdocio y en su lealtad al Señor.
Hace muchos años, escuché la historia de dos hombres que fueron encontrados robando ovejas. En el contexto social en el que se desarrollaba la historia, debían recibir un severo castigo físico. De ese modo, nunca olvidarían su acción.
La solución más indeleble que encontraron fue marcarlos, como al ganado, con los dos términos que los definirían de allí hasta la tumba: ladrones de ovejas.
En inglés es sheep thief. Las iniciales de las palabras (ST) en la frente de cada uno, más allá de la cicatriz y del dolor, los marcaban.
Uno de los muchachos no soportó la situación, y se quitó la vida. El otro entendió su error y vivió intentando ayudar a todos con quienes se cruzaba en el camino de su vida.
El tiempo pasó, y aquel muchacho se hizo abuelo. Una mañana, mientras caminaba por las polvorientas callejuelas del pueblo donde vivía, dos niños jugaban delante de él. Uno de los niños le preguntó al otro:
-¿Sabes qué significan esas letras en la frente del abuelo?
-No; pero debe de ser algo así como “santo”.
DEVOCIÓN MATUTINA JÓVENES 2014
365 vidas
Por: Milton Bentancor
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