"Deléitate en el Señor, y el te concederá los deseos de tu Corazón". Salmo 37:4

sábado, 9 de noviembre de 2013

Padre Nuestro.

Ustedes deben orar así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre” (Mateo 6:9).

 
Cuando los antiguos oraban, procuraban mencionar todos los títulos de los dioses a los que se dirigían por temor a ofenderlos con alguna omisión. Esto podía ser una tarea desafiante. El historiador Eusebio menciona, por ejemplo, en su Historia de la iglesia, los títulos que el emperador Galerio Maximiano usó en un edicto para aliviar la persecución que sufrían los cristianos. Recordemos que según la percepción pagana, Galerio era divino y se le ofrecían sacrificios y plegarias a lo largo del Imperio. La salutación recitaba así: “El emperador César Galerio Valerio Maximiano, Augusto Invicto, Pontífice Máximo, Germánico Máximo, Egipcio Máximo, Tebeo Máximo, Sármata Máximo cinco veces. Persa Máximo dos veces, Carpo Máximo seis veces, Armenio Máximo, Medo Máximo, Adiabeno Máximo, Tribuno de la Plebe veinte veces, Imperador diecinueve veces, Cónsul ocho veces. Padre de la Patria, Procónsul”.

¡Qué impresionante fue, entonces, que Jesús enseñara a sus discípulos a dirigirse a Dios únicamente con el título “Padre nuestro que estás en los cielos”!

Existen muchos nombres y títulos de Dios solo en el Antiguo Testamento. Elohim, el Dios creador; Yahveh-Yireh, el Señor proveerá; Yahveh-Nissi, el Señor es nuestro estandarte; Yahveh-Rapha, el Señor que sana; Yahveh-Shalom, el Señor es nuestra paz; Yahveh-Raah, el Señor es nuestro pastor; Yahveh-Sidkenu, el Señor es nuestra justicia; Yahveh-Sebaoth, el Señor de los ejércitos; Yahveh-Shamah, el Señor está presente y cerca; Yahveh-Maqodeshkim, el Señor te santifica. Estos son algunos, pero el Señor también es El-Shaddai (el Todopoderoso), El-Olam (el Eterno), EI-EIyon (el Altísimo), etcétera.

Todos estos nombres o títulos de Dios enfatizan algunos de sus atributos por los cuales lo amamos y adoramos. Me parece, sin embargo, que la apelación “Padre nuestro” une todos ellos en un solo concepto abarcador que habla a lo más profundo de nuestro ser. Jesús deseaba que sus discípulos comprendieran que Dios es al mismo tiempo poderoso y amante, superior y cercano, autoridad y amigo, modelo e inspiración. Jesús también enfatizó que Dios no es solamente “El que.. es o hace esto o aquello sino también nuestro “Padre”. No es una autoridad lejana, como el presidente de un país. Dios te pertenece tanto a ti como a mí. Si existe alguna diferencia entre nuestras relaciones con él, no es porque él tenga preferidos, sino porque tú y yo establecemos los límites. “Padre nuestro…”

¡Qué maravillosa bendición, ser hijos e hijas del Creador del cielo y de la tierra! Disfrutemos nuestro privilegio desde hoy mismo.

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