"Deléitate en el Señor, y el te concederá los deseos de tu Corazón". Salmo 37:4

viernes, 22 de noviembre de 2013

¿Necesitas perdonar a alguien?

Revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro.

Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes.

Colosenses 3:12-13

 
Si hemos sido víctimas de alguna agresión, si alguien nos ha perjudicado voluntariamente o si no podemos olvidar determinada ofensa, corremos el riesgo de que se arraigue en nosotras uno de los sentimientos más destructivos: el rencor.

El rencor no solamente afecta a la mente (a los pensamientos y a las acciones), sino que se “extiende” por todo el cuerpo. Podemos comprobar esto cuando nos encontramos con alguien que nos ha ofendido. Nos sudan las manos, se siente un extraño vacío en la boca del estómago, se nos seca la boca y aumenta el ritmo cardíaco. El precio que debe pagar alguien que vive con el rencor es muy elevado.

El rencor suele dar paso al enojo y este, si no se combate, se transformará en amargura.

El perdón es la única manera que tenemos para deshacernos de las cadenas del rencor, y es en esta arena movediza en la que casi todos los humanos quedamos “atrapados”. Los sentimientos negativos muchas veces son más fuertes que nuestra voluntad de perdonar. Por eso, no damos el paso, y vivimos encadenados a nuestras emociones.

Perdonar es un acto de la voluntad, no de la emoción, y también es un acto de fe. Debemos confiar en que Dios nos dará las fuerzas que necesitamos para romper las cadenas de amargura que nos atan. Recuerda lo que dijo el salmista respecto a lo que el Señor es capaz de hacer: “Restaura a los abatidos y cubre con vendas sus heridas” (Sal. 147:3). Si confiamos en Dios, entonces sanaremos, aunque quizá queden cicatrices que nos hagan recordar para siempre aquello que nos causó daño.

Al hacer lo anterior, los recuerdos no estarán revestidos de sentimientos negativos, sino de misericordia. Es entonces cuando la justicia de Dios nos reivindicará. No olvides que cada día tú misma recibes el perdón de Dios sin merecerlo.

Amiga, hoy es una excelente oportunidad para que nos liberemos de las cadenas del rencor, la ira y la amargura. Lo lograremos al ejercer fuerza de voluntad y al pedir y recibir ayuda divina. Entonces seremos dignas de decir al Señor: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (Mat. 6:12)..

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