Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio.
2 Timoteo 1:7
Dios ha colocado a las mujeres en una posición especial y delicada. Somos forjadoras de las nuevas generaciones. Por ejemplo, en nuestra función maternal compartimos la gran responsabilidad de formar ciudadanos para el mundo venidero. Y mucho de esto lo hacemos desde la trinchera de nuestro hogar.
En los momentos cruciales de la historia de este mundo Dios escogió a mujeres sencillas para que asumieran funciones de gran trascendencia. Dios llamó a María para que actuara como la madre terrenal de su Hijo. Durante su ministerio terrenal, Jesús se encontró con mujeres que traían a sus hijos a sus pies, y tenían en ocasiones que superar numerosos obstáculos.
Para realizar esa noble tarea que es la maternidad, Dios nos dotó de un gran espíritu de lucha y de una gran capacidad de resistencia en todos los sentidos, tanto al dolor físico como a las cuestiones emocionales. Hay muchas madres que han realizado actos heroicos cuando se trataba de salvaguardar la integridad de un hijo. Mujeres que por el bienestar de sus familias incluso llegaron a renunciar a sus propias vidas.
La época en que vivimos requiere mujeres que posean cualidades destacadas, que no se acobarden ante las circunstancias. Dios nos promete toda la ayuda necesaria a fin de poner nuestro hogar y nuestra familia a salvo. Hoy debemos preparar familias para el cielo, y ese es el más grande de los desafíos. Sin embargo, también debemos asumir la responsabilidad de criar familias sanas en medio de una sociedad enferma y decadente.
El Señor nos extiende una invitación a través del apóstol: “Nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales. Por lo tanto, pónganse toda la armadura de Dios, para que cuando llegue el día malo puedan resistir hasta el fin con firmeza” (Efe. 6:12-13).
Dios desea que descubramos en él la vocación de nuestras vidas, y que aceptemos el desafío de ser tanto conservadoras como transmisoras de valores eternos, al colocar toda nuestra confianza en él. Pongámonos su armadura. Que tu oración para este día sea: “Oye, Señor; compadécete de mí. ¡Sé tú, Señor, mi ayuda!” (Sal. 30:10).
LECTURAS DEVOCIONALES PARA LA MUJER
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