Siembra tu semilla en la mañana, y no te des reposo por la tarde, pues nunca sabes cuál siembra saldrá mejor, si esta o aquella, o si ambas serán igual de buenas. (Eclesiastés 11:6)
La escritora estadounidense Ella Wheeler afirmó en cierta ocasión: “Con cada una de tus obras siembras una semilla, aunque la cosecha quizá no la veas”. ¡Cuánta sabiduría encierra dicha declaración! Cada vez que damos un paso esparcimos acciones buenas o malas en el surco de la vida que, al igual que semillas sembradas en la tierra, tarde o temprano rendirán su fruto.
Nuestro proceder no tan solo nos afecta a nosotras, sino que también impacta a los demás. “Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni tampoco muere para sí” (Rom. 14:7). Dios nos da la libertad para actuar. Ese es un gran privilegio que nos permite escoger la forma en que deseamos vivir y lo que queremos hacer. Sin embargo, también es conveniente que reconozcamos que cada acto, incluso los realizados en secreto, trascienden para bien o para mal.
El rey David ocultó sus acciones cuando tomó la mujer de uno de sus soldados, y aunque en un principio aquel pecado pareció no tener trascendencia, el tiempo demostró lo equivocado que estaba David. Los juicios de Dios cayeron sobre él de forma inexorable. A través del profeta Natán, Dios le dijo: “Lo que tú hiciste a escondidas, yo lo haré a plena luz, a la vista de todo Israel” (2 Sam. 12:12). Las consecuencias de su pecado lo alcanzaron y no solamente a él, sino también a algunos miembros de su familia.
Amiga, debemos tener un gran cuidado con todo lo que pensamos, con lo que acariciamos en lo más profundo de nuestros corazones, ya que Dios todo lo ve y lo juzga. Si sembramos amor, habrá en nuestros hogares hijos más felices, matrimonios estables así como familias funcionales. Si sembramos respeto y tolerancia, viviremos rodeadas de amigos. La semilla de la felicidad dará frutos tan valiosos como la salud y el bienestar. Si sembramos perdón, cosecharemos corazones agradecidos y generosos.
Hoy es un día apropiado para toda buena siembra. Intenta expresarte como lo hizo Job en medio de las vicisitudes: “La experiencia me ha enseñado que los que siembran maldad cosechan desventura. El soplo de Dios los destruye, el aliento de su enojo los consume” (Job 4:8).
LECTURAS DEVOCIONALES PARA LA MUJER
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