El comandante se acercó a Pablo y le dijo: “Dime, ¿eres ciudadano romano?” “Sí, lo soy”.
“A mí me costó una fortuna adquirir mi ciudadanía”, le dijo el comandante. “Pues yo la tengo de nacimiento”, replicó Pablo (Hechos 22:27, 28).
En la experiencia del apóstol Pablo que narra el texto de hoy se ve claramente la importancia de la ciudadanía. El concepto es fundamental en la historia de Roma. El ius civitatis (ciudadanía) se podía conseguir de varias maneras: por nacimiento (hijo legítimo de padre civis romanus), por liberación de la esclavitud, al comprar por una buena suma de dinero a algún magistrado competente, o por conquista. El apóstol Pablo era ciudadano romano por nacimiento y por eso se libró de un castigo injusto, como nos cuenta el libro de los Hechos 22:24-29.
Los emigrantes conocen por experiencia propia la importancia de la ciudadanía. Dolly Morrison contó la historia de su padre, un inmigrante que llegó a Estados Unidos desde Rusia.
Cuando los miembros de la familia se hicieron ciudadanos, se dieron cuenta de que no habían incluido a su hijo Louis en la solicitud con el resto de la familia. A causa de una serie de errores imprevistos, pasó mucho tiempo antes de que su solicitud fuera aprobada.
Finalmente, Louis se presentó ante el tribunal con otras cuatrocientas personas para hacer el juramento como ciudadanos. Aguardó con impaciencia a que lo llamaran por su nombre. Cuando el secretario casi terminaba la lista sin pronunciar el suyo, se preguntó: “¿Por qué no dijo mi nombre?” Cuando el secretario mencionó 398,399,400… había terminado.
Louis estaba abrumado. Su nombre no había aparecido. Se precipitó hacia el frente y chocó con una silla, pero se las ingenió para arrebatar de la mano del secretario el libro que ya estaba cerrado. En estado casi agónico, gritó: “¿Por qué no me llamó?” Llorando desesperadamente, se inclinó sobre el libro del cual se habían leído los nombres.
El juez ordenó al empleado que revisara el libro. Cuando lo hizo, encontró que el nombre de Louis Morrison era el segundo de la lista. Inadvertidamente lo había omitido de la lectura. Cuando se le comunicó lo que había sucedido, gritó: “Gracias a Dios, mi nombre estaba escrito en el libro”.
El apóstol Pablo dice: “Somos ciudadanos del cielo” (Fil. 3:20). Debe haber un libro de registros. Asegúrate de que tu nombre esté escrito allí. Algunos llorarán amargamente cuando descubran que su nombre no está en el libro. Será el despertar más amargo que jamás podamos imaginarnos. Asegúrate de que tu nombre esté en el libro. Pide hoy a Dios que lo anote.
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