Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: “Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos”. Números 13:30.
En mi familia tenemos una expresión que involucra admiración, respeto, cariño, una dosis de humor y muchos elementos positivos: “ ¡Maestro!”
No sé si por ser hijos de profesores, por estar (o haber estado) todos en relación con la educación, pero lo cierto es que cuando surge esta expresión alguna cosa positiva toma cuenta del ambiente.
Caleb merece un fuerte y contundente: “ ¡Maestro!” Aparece en la historia bíblica junto con Josué, como uno de los príncipes de Israel enviados por Moisés para que reconozcan la Tierra Prometida. Él defiende la idea de tomar la tierra no porque creyera que Israel tuviese un ejército preparado para la misión, ni porque era un loco aventurero que no había visto las defensas y las fortalezas de los pueblos enemigos, sino porque él sabía que había un Dios que se las había prometido.
Subir, tomar y conquistar. Simple. Con Dios a tu lado, hasta lo humanamente imposible es fácil.
Caleb tiene que vagabundear por el desierto durante cuarenta años, por culpa de sus hermanos. Lo encontraremos, con 85 años, hablando con su amigo de expedición y único sobreviviente del grupo que salió de Egipto -Josué – sobre lo que él desea hacer en ese momento, para jubilarse. Lee Josué 14:11 y 12, y luego di: “¡Maestro!”.
Josué murió a los 110 años; pensando que Caleb tuviera la misma edad, estaba más cerca de sentarse en un banco de la plaza y darle de comer a las palomas que de ponerse a pelear contra los últimos hijos de Anac, que quedaban en el territorio que Dios había prometido a su pueblo. Pero, el mismo Caleb que a los cuarenta años se había puesto de parte de Dios, a los ochenta sabía que Dios estaba de su parte. Pide lo más difícil: La región montañosa, que servía de fortaleza a los gigantes. A los cuarenta dijo: “Si subimos con Dios, tomaremos la ciudad”. A los ochenta: “Si subo con Dios, expulsaré a los gigantes”.
Yo creo que Dios, cuando miraba a Caleb, cuando lo escuchaba hablar, cuando lo observaba vivir, se sonreía y le decía: “ ¡Maestro!” ¡Qué lindo y qué bueno sería si, al mirarte a ti, Dios pudiera decir lo mismo!
DEVOCIÓN MATUTINA JÓVENES 2014
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