“¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” Romanos 10:14.
Después de un almuerzo que disfrutamos mucho, donde pudimos conocernos con mi padre un poco más, abrazarnos y perdonarnos, seguimos en contacto por un tiempo. Por causa de nuestros traslados perdimos ese contacto. El número de teléfono que tenía dejó de funcionar. En varias oportunidades traté de ubicarlo, pero no tuve éxito.
En un encuentro de jóvenes adventistas, conocí a una joven de la misma localidad en la que vivía mi padre. Ella me contó que su esposa había fallecido y él andaba por las calles embriagado, sin rumbo. Me sentí impotente.
No sabía qué hacer. Ni siquiera sabía con exactitud su dirección postal. Entonces, se me ocurrió enviarle un libro con esa joven. Allí puse mi número de teléfono y mi dirección para que se comunicara conmigo.
Nunca tuve respuesta. Todos los días oraba por mi papá. Sentía la necesidad de verlo, hablarle de Cristo y contarle que tenemos una gloriosa esperanza si nos entregamos a él… pero estaba a casi 2.000 km de distancia.
Pasaron dos años y recibimos un llamado para trabajar en la Misión del Sur de Argentina. Lo primero que pensé fue en mi padre. Se me llenaba el corazón de gozo. Estaba agradecida a Dios por guiar así mis pasos.
Pero en la vida del cristiano siempre hay situaciones que no podemos explicar ni entender. En uno de sus viajes, mi esposo pasó por la casa de mi padre, y allí se enteró de que había fallecido cinco meses atrás.
Me sentí mal por haber llegado tarde. No pude hablar de Cristo con mi padre ni acercarle el mensaje de esperanza. No pude verlo entregarse a los pies de Jesús. Le reclamé al Señor por no haberme dado esa oportunidad.
Lloré mucho. Nunca tuve un padre, y cuando creí tenerlo, lo volví a perder. Me di cuenta de que el tiempo que nos había separado era valioso para alguien que, como él, estaba confundido en la vida. Entonces decidí no dejar de hablar de Cristo en cada oportunidad que tuviera.
No desperdiciemos la oportunidad. Testifiquemos antes de que sea demasiado tarde. Hoy, como antiguamente, las personas claman: “No tardes en venir a nosotros” (Hech. 9:38).
Nivia Altamirano de Barreiro, Argentina
DEVOCIÓN MATUTINA PARA LA MUJER 2014
DE MUJER A MUJER
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