Yo les digo: No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra
(Mateo 5: 39).
Podemos aprender un poco mejor este difícil mandato mediante una historia reciente de las actividades misioneras en zonas remotas. John Selwyn, quien fuera obispo de una misión en Indonesia, en el Pacífico Sur, había sido un famoso boxeador en sus días de estudiante en el Colegio de Eaton y la Universidad de Cambridge.
Un día el obispo tuvo que reprender a un isleño que sufría un ataque de mal genio. Enojado por lo que Selwyn dijo, el isleño cerró los puños y le propinó al obispo un tremendo puñetazo en el rostro. Este, que todavía estaba bastante fuerte, podría haber dejado fuera de combate al isleño con un gancho de izquierda, pero no lo hizo. En cambio se quedó mirando el rostro de su atacante con serenidad. El agresor estaba tan avergonzado, que escapó a la selva.
El incidente pasó casi inadvertido. Pocos años después, cuando Selwyn había regresado a Inglaterra, el hombre que antes lo golpeara fue a ver al obispo que había tomado el lugar de Selwyn para confesar su fe y ser bautizado. Cuando se le preguntó qué nombre deseaba tener Como cristiano, dijo: «Quiero llamarme John Selwyn, porque él me enseñó cómo es Jesús».
El caso de David, cómo perdonó la vida a Saúl, es más conocido. Mediante su ejemplo podemos aprender mas de este principio de devolver el mal o los insultos con bendiciones. Sin duda recuerdas lo que pasó en una cueva. Según la forma de pensar en aquellos tiempos, Dios había puesto a Saúl en manos de David. Pudo haberlo matado, según la ley de la guerra. Pero no fue así. Aunque solo cortó el borde del manto del rey ese sencillo acto le pareció reprobable y se sintió culpable por ello (1 Sam 24: 4-16). En otra ocasión, David y uno de sus comandantes entraron hasta el mismo corazón del campamento y llegaron hasta donde el rey dormía. Pudieron matarlo, pero David no lo permitió (1 Sarn. 26: 8-25).
¡Qué hermosa actitud tuvo David hacia el hombre que trataba de matarlo! Cuán diferente sería la calidad de nuestras relaciones si permitiéramos que fuera Dios quien nos vindicara ante nuestros enemigos. Si alguien te ha hecho daño, sigue el consejo de Jesús. Perdona, olvida y, si es necesario, vuelve la otra mejilla. Serás un héroe o una heroína de Dios.
Tomado de: Meditaciones Matinales para Jóvenes 2013
“¿Sabías qué…?”
Por: Félix H. Cortéz
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