El prudente ve el peligro y lo evita; el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias
(Proverbios 22:3).
Por razones que los científicos no logran explicar, algunas personas sufren convulsiones repentinas provocadas por ciertas notas o temas musicales. Un acorde de sol menor en ciertos registros provoca convulsiones a determinados individuos. David Poskanzer, Arthur Brown y Henry Miller describen el caso de un hombre de 62 años que perdía la consciencia repetidamente mientras escuchaba la radio, siempre a las 8:59 p.m., en punto. Después se descubrió que el ataque lo provocaban las campanas de Bow Church que la BBC emitía justo antes de las noticias de las nueve.
Uno de los casos más sorprendentes fue el del eminente crítico musical del siglo XIX llamado Nikonov, que sufrió su primer ataque mientras escuchaba la ópera El profeta, de Meyerbeer. A partir de entonces se volvió más y más sensible a la música, hasta que llegó el momento en que cualquier melodía, por más suave que fuera, le provocaba convulsiones.
La música de fondo de Wagner, por ejemplo, le provocaba una interminable sucesión de espasmos de la que no podía escapar. Nikonov amaba la música y era, además, músico de profesión, pero tuvo que renunciar a ella. Si escuchaba una banda que tocaba por la calle, se cubría los oídos y corría hacia el portal o la calle lateral más cercana. Nikonov adquirió una fobia tan profunda a la música que escribió un panfleto titulado Miedo a la música.
Al igual que sucedía con Nikonov, hay ciertas situaciones que pueden provocar perjuicios graves a nuestra salud espiritual. Son asuntos aparentemente inofensivos que desencadenan fuertes convulsiones en nuestra experiencia cristiana. Algunas personas no pueden tolerar una broma sencilla sin que eso las lleve a responder airadamente o a albergar resentimiento en sus corazones. Otros no pueden tolerar la crítica de los demás. Necesitan la aprobación a toda costa y una palabra de crítica, aunque sea menor o bien intencionada, crea en ellos una crisis espiritual. Hay quienes optan por el alcohol o las drogas, con sus devastadoras consecuencias. Puede ser que tu profesión misma, o algunas cosas que disfrutas en gran medida, sean la causa de graves trastornos en tu relación con Dios. Analízate y procura encontrar los elementos que desencadenan el mal que sufres.
No Importa lo mucho que se recomienden algunas prácticas sospechosas, mejor aléjate de ellas antes de que sea demasiado tarde. Recuerda el consejo bíblico: “El prudente ve el peligro y lo evita; el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias” (Prov. 22:3).
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