"Deléitate en el Señor, y el te concederá los deseos de tu Corazón". Salmo 37:4

viernes, 6 de septiembre de 2013

El Proyecto Divino


No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. (Isaías 43:1).


Si no entendemos claramente lo que la Biblia considera que es el ser humano, nos será difícil establecer las mejores relaciones con nuestros semejantes. Para conocer el valor de una persona, tal como muestra el libro Génesis, hemos de tener en cuenta dos conceptos fundamentales:
Imagen y semejanza. Hemos sido creados como un reflejo del mismo Dios, a imagen y semejanza suya. Entendemos por ello que Dios ha dejado algo de sí mismo en cada uno de nosotros mediante un acto que nos confiere una dignidad especial.
El soplo de vida. El «soplo de aliento de vida» (Gen. 2:7) es la huella de Dios en el ser humano: un sello que determina su dependencia del Creador. Por medio de ese «soplo» Dios y el hombre quedaron «unidos». Por esa razón el hombre ha de ser definido tomando como referencia a la persona divina.
El hecho de haber sido formados a «imagen y semejanza» de Dios significa asimismo que Creador y criatura participan de una relación, como la que existe entre padre e hijo. Notemos que en el relato bíblico se utilizan las mismas palabras al hablar de Adán y su descendencia: «Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set» (Gén. 5:3).
La relación entre Dios y el ser humano debe regirse por la confianza y la aceptación. Dios desea que el hombre tenga acceso a la vida eterna al entrar en un vínculo de ese tipo. Por otro lado, la imagen de Dios nos permite ver en cada uno de nuestros semejantes a un «sujeto» de origen divino: alguien a quien se lo acepta, en quien se confía y quien está destinado a disfrutar plenamente de la bendición divina.
Sin el conocimiento de lo que implica haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, jamás podremos amar plenamente a nuestros semejantes. Nuestro Creador nos ha otorgado un valor personal con una proyección que apunta a la eternidad.
Elevemos nuestra mirada a fin de ver lo preciosas que somos para él. «Porque a mis ojos eres de gran estima, eres honorable y yo te he amado» (Isa. 43:4).


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